LA CONFESIÓN

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Estoy en el páramo que nos sostuvo.

Me veo en el recuerdo

como si a las rosas de colmado diluvio

se les hiriera la bermeja construcción

de su levedad. Todo es tan real,

tan intolerablemente cercano.

Es un regreso huir de todas

las tempestades que contengan la piel;

aún puedo verme en el recuerdo

sintiéndote serena e inmediata

en lo acercado del crepúsculo.

De esa antigua oscuridad duplicó el fuego

taciturno a mis cenizas.


Tus recuerdos son una noche

comenzada por el invierno,

por la vigilia.

Y todo lo recuerdo con la lenta geografía

de un atardecer que no ha sufrido

noche alguna...

Aquel día en que volví para siempre

de tu vivir.


Los mares ya no contienen

el tiempo por ellos sentidos, ya no contienen

lo dado

ni dejan sombras las cosas

contempladas por tus ojos;

no deja oro la arena y no difiere

mi dolor del laberíntico mármol.


Estoy en el páramo que nos sostuvo.

Me veo en el recuerdo como si del mundo

todas las raíces se hubiesen disipado.

Sé que las rosas se desprenderán

del latido y su sangre recorrerá

las distancias que separan

nuestras pálidas manos;

entonces, de esta mañana, solo conservaré el no haber

podido olvidarte aún.


Oh nunca ha sido un acto tan humano

el comprender la agonía,

y sé que al fin de los días dormiré

abismal y abandonado.

Hace una vida que he muerto.

La anochecida nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora