POEMA DE LA TRISTEZA NO FINALIZADA

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Pudimos ambos no haber

sido ciertos ni nosotros.

Desde algo antiguo algo

comienzo: Lo oscuro de contemplar

solo la mirada naturaleza

de un ocaso cualquiera;

la diurna diafanidad

de la luna, su tenue regresar;

el súbito origen de habitarme

como a las cruces epitafios

las habitan.


Es el tuyo el descenso entre

espinas que no cercené, aquellas

que debieron ser un perdón...

Lo que de mí fue abandonado,

conserva el nombre de todos

los muertos jamás amados.

Pero me sobrevivo y pertenezco

cual nieve sobre los mausoleos

que esperan los ramos

y la retórica y el absoluto llanto:

todo se me asemeja a lo perdido.


Si lo que los lamentos creyeran de mí

esperara, me iría, solo me iría...

solo y no evocado.

Y puedo sentir que esta voz,

que esta yerma desdicha

es una vena más

que ennegrece los inviernos

que no han abarcado ninguna sangre...

Ese lado originado por renovaciones

y opuestos jardines en que se

poblaron de brumas las manos.


Ahora y después recurro a los albores

de la luna

y no hay recuerdo que no sea

sino el de nombrarla juntos.

Yo, que volví a mí

y te integré, y fui región

de tus blandos labios cuando

amaba en realidad;

yo, que fui la conjunción de tu oscuridad

y del espacio aún no sitiado

por lágrimas o por cipreses deshojados;

yo, que soy las lluvias

que han estado afuera de la Rosa

y morí la noche repleta,

sigo muriendo la noche repleta.

La anochecida nocheWhere stories live. Discover now