1. Decisiones precipitadas

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Es intensa la mirada.

Me ve como si yo fuera una hormiga y él un niño con una lupa dispuesto a incinerarme. Me remuevo incómoda sobre el taburete de la barra de desayuno sonriéndole con una inocencia infantil y un miedo crepitante.

— ¿Y?

Uno...

Dos...

Tres... Segundos pasan cuando papá me pasa el boletín de calificaciones sobre la barra de desayuno con mi último promedio de mi último lapso.

Me tiemblan las manos cuando tomo entre mis manos el endeble papel con mi futuro. No observo las calificaciones de las materias, voy directamente al promedio final.

14,33.

Un nudo se hace en mi garganta en ese preciso instante. Alzo la mirada encontrándome con el vacío que dejó papá al levantarse de la silla de la barra de desayuno.

Pude pasar a último año, pero ese promedio le ha procreado una patada en el hígado a papá. Bueno, y a mí. Giro sobre el taburete encontrándome a mi progenitor sirviéndose café negro en su taza con la leyenda: «papá americano #1». Me muerdo el labio inferior en el instante que sorbe su café con lentitud, y cinco según después me ve con intensidad.

La inexpresividad en su cara no solo hace que se me derrita hasta el alma de ansiedad, si no que también se trata de su silencio. El silencio sepulcral que hace cuando ve mis notas bajas. Terror puro.

— ¿Papá?

— ¿Cómo haces para no ir a reparación?, ¿cómo le haces, Ava? —el tono de su pregunta es serio, sin vacilación. Encojo mis hombros como respuesta. Mala idea — ¡Catorce puntos en el promedio final! ¿Qué ocurrió?

Admito que este penúltimo año en la preparatoria fue más de bromas, saltarme clases, y no entregar trabajos a tiempo que ser una estudiante ejemplar como era en los años anteriores.

—Tus promedios son de dieciséis, diecisiete... Pero ¡¿Catorce?! —se lleva una mano al pecho —, temblé viendo tus notas, ¿acaso viste las de tus materias? ¿Viste tus inasistencias en las clases de esas materias? Estoy espantado, Ava. —se lleva su mano libre al puente de la nariz sujetándolo con sus dedos medio, anular y pulgar.

Aprieto los labios en una línea delgada y recta.

He bajado mis notas, mi promedio. Lo entiendo, y también entiendo el espanto de mi papá con dichas calificaciones. Al igual que entiendo que si le digo lo que estoy pensando va a sufrir un ataque de rabia en la cocina.

Y muy a mi pesar, con mi lengua viperina no puedo callarme.

—Papá, las calificaciones no definen tu inteligencia si no tu memoria.

—Te desheredo.

Una incógnita aparece como gesto principal en mi rostro.

— ¿Pero que...? Diablos, papá ¿Y qué me vas a heredar? Si muy bien recuerdo me has dicho que cuando mueras tus cosas mueren contigo.

—Ava, no me cambies el tema.

—Bien... —bufo resignada.

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