21. Deformada A

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Le he pedido que se deje las mangas hasta los codos. Es impropio de mí pero quiero que luzca mis ojos con orgullo.

La corta velada del helado no se alargó más. Terminamos caminando por la plaza entre risas y pequeñas anécdotas. Por fin me sentía de alguna manera menos inquieta que antes. Y cada vez que veía al español junto a mí no podía dejar de decirme que, de alguna manera, llenó un vacío.

—Es increíble que hayas ganado tantos campeonatos de fútbol americano —formulo mientras me rodea con su brazo los hombros. Descanso la cabeza en su hombro abrazándolo por la cintura.

—Había encontrado un juego donde podía herir a los demás sin sentirme mal —reconoce con las cuerdas vocales teñidas de altanería, apenas puede procesar cuando le lanzo una palmada en el abdomen, pero creo que me termina doliéndome más a mí que a él.

—Eres excelente en el fútbol americano —confieso mirándolo desde donde estoy. Su colonia llega a mi nariz, es la estela de lo que alguna vez fue una fragancia imponente en su cuerpo —. Te he visto practicar, lo que lleva a que me pregunte: ¿sabes hacer algo más que jugar fútbol americano?

—Se podría decir que sí tengo mis dotes.

—El surf es uno de ellos.

—También se cocinar, casi, lo admito.

—Eso es nuevo —inquiero incorporándome sobre mis pies. Ya estamos en el auto. En cuanto subimos suelto un bostezo, mi celular timbra en el bolsillo de mi vestido y no tardo en ver quién es.

Papá me manda unos mensajes preguntándome que a qué hora llego a casa. Me preocupo al ver la hora en la esquina superior de la pantalla del celular. No pasan de las tres. En cuanto le digo a Ares ya está encendiendo el auto para llevarme a casa.

☀️

Le envío un mensaje a papá anunciando que acabo de llegar. Sin embargo, cuando estoy por bajarme Ares me detiene.

¿Qué? —indago en medio de una sonrisa risueña. El español me da un beso en el pómulo como modo de despedida. Todavía así no me bajo de su auto — ¿No quieres pasar? ¿Conocer al suegro?

— ¿De donde salió ese tono tan varonil? —se ríe inclinando las cejas, y cuando el momento de risas pasa se dedica a ver la casa frente a donde aparcó, —No he hecho esto desde hace tres años, temo quedarme petrificado frente a tu padre.

—Papá es… —busco las palabras para describirlo —, es buena onda.

—Sabré manejarlo —se dice más para él con un tono impostado.

La seguridad que adopta en ese momento es intensa; para apoyarlo le doy una sonrisa alentadora que lo hace inspirar profundamente antes de abrir el seguro de las puertas para que bajemos.

Lo espero hasta observarlo junto a mí, su expresión muestra tan solo impasibilidad, bastante aterrador si lo analizo bien. Me coloco frente a él poniendo mis dedos índices en las comisuras de su boca, le dibujo una sonrisa con mis dedos y el español no llega ni a sonreír cuando quito mis dedos.

—Tomaré esto con seriedad, Ava —dictamina con firmeza, me aparto de su camino facilitando que ambos caminemos en dirección a la puerta de mi casa.

Abro con la llave que guardo en el bolsillo pequeño de mi mochila para después echar un ojo a la entrada.

— ¿Papá? Ya llegué —anuncio en voz alta dejando mis llaves en el cuenco sobre la mesa auxiliar de la entrada. Dejo mi mochila en el suelo a los pies de la puerta de la sala inspeccionando la estancia — ¿Papá? —Alzo todavía más la voz. El español se pierde de mi camino, por lo que opto en buscar a papá yo sola.

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