22. Halloween colorido

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Cierro mi casillero pensativa.

Desde que hablé con Ares sobre el beso que posiblemente me pueda dar con Stephen no he parado de pensar y analizar lo sucedido conforme pasaron las horas. El español y yo no hemos vuelto a cruzar palabra después de lo que pasó en mi habitación, aunque me alegre todavía por recordar que se quedó conmigo un rato más también me molesta no poder interpretar su aceptación por ese beso.

Confía en mí.

Jamás le haría daño.

No puedo parar de pensar en él.

Cosa que no deja de atormentarme.


Me he dado cuenta que dependo mucho de Ares, que, lo pienso tanto que ya parece parte de mí. El vacío que llenó a empezado a desbordarse y no es muy cómodo que digamos. Presiono mis labios en una línea fina mirando los mosaicos que hacen un patrón deforme en el suelo del pasillo. Cada uno de un color diferente, cada uno acoplado de una manera extraña pero al mismo tiempo uniforme.

Es irónico y casi chistoso que unas baldosas en el suelo me hagan pensar en mi muy deteriorada vida amorosa si es que en realidad puedo definir lo que tengo con Ares de esa forma: amorosa. No es una etiqueta lo que nos une, me gusta que no sea un ridículo calificativo adolescente lo que hace que Ares y yo tengamos algo.

Pero de pronto, veo la baldosa en forma de rombo y de color negro en el suelo.

¿Será ese el abismo al que tanto temo caer? ¿Será eso lo que representa mi temor hacia...?


-Mirada arriba, nena.

Automáticamente obedezco encontrándome con las irises avellanadas frente a mí. Una de las ventanas del pasillo permite que el sol vislumbre en sus orbes y el color avellano se vea dos veces más claro, haciendo que mos ojos de Ares luzcan mágicos.

Una sonrisa surge de mis comisuras cuando pienso bien lo que me pidió.

-Sonaste como todo un hombre.

-Es mi trabajo serlo.

-Tu trabajo no es eso -refuto dando dos pasos en su dirección, envolviendo los brazos en su cintura y descansando la cabeza en su pecho -, es en cambio darme cariño.

-Ya te pusiste melosa -la risita avergonzada que suelto queda atrapada en la tela de su sudadera roja.

-Me pones así, es tu culpa.

- ¿Qué tienes? -Indaga de repente.

La pregunta se me queda en el aire si comienzo a sucumbir la respuesta. Es cruda, es realista, es mala. No necesito arruinarle su mañana y tampoco terminar de dañar la mía.

-Estoy cansada, no pude dormir ayer -es la segunda vez que le miento, no sé cómo he podido verlo a la cara luego de las mentiras.

- ¿Qué te quedaste haciendo? -Su tono es casi bromista, indagando que seguramente yo me quedé viendo alguna serie hasta tarde y por eso estoy así de cansada. Bastante conveniente pero para nada lo que pasó.

-Solo no podía dormir -mascullo separándome de él y del agradable olor que desprende su perfume.

- ¿Sabes que existen pastillas para eso?

High School Pyrex ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora