11-La vuelta

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Una maldita semana faltaba para que Harry volviera a Hogwarts, y simplemente no podía esperar.

Todo había cambiado desde el día de su cumpleaños. TODO.

Había dejado de tener clases de Defensa con Snape, que estaba demasiado ocupado enseñándole a su querido hijo, August. Tenía clases dos veces a la semana de Oclumancia, las cuales, sin la ayuda de las pociones, y sin las ganas que antes le ponía Snape, ya que ahora parecía como que simplemente no le importara en lo más mínimo la clase, Harry la estaba teniendo muy difícil. Solía desmayarse en la mitad, lo cual lo incapacitaba a seguir. Snape se enojaba con él y cuando despertaba, lo echaba de la habitación con brusquedad.

La otra parte del tiempo, Harry la pasaba limpiado la mansión, o cortando las ya podadas plantas, o arreglando el laboratorio de Snape.

Nunca lo dejaban entrar al laboratorio con Snape y August, que solían preparar pociones por diversión, cosa que Harry no entendía, pero de todas maneras, Harry debía limpiar el desorden que dejaban, aunque el chico sabía que Snape lo habría podido limpiar con magia en menos de dos segundos.

Snape estaba tratando de hacerle ver lo poco importante que era para su vida, lo poco importante que era en la vida en general. Y lo había logrado.

Harry se sentía peor que nunca esos días. Se sentía decaído, y le costaba levantarse en la mañana. Le costaba abrir los ojos. Le costaba moverse. Lo hacía porque sabía que de otra manera, Snape iría a su habitación a gritarle.

Las pesadillas, que por unos días se habían ido, habían vuelto con fuerza... pero... eran distintas. Eran unas pesadillas que... le recordaban los eventos más traumáticos de su vida. Su infancia. Tío Vernon gritándole. Golpeándolo. Dudley riéndose de él. Tía Marge diciéndole, a sus 5 años, que no servía para nada. Tía Petunia golpeándolo con la sartén en la cabeza por quemar el tocino.

Todos esos recuerdos parecían haber vuelto a su mente con más fuerza que nunca.

Pero un sueño en particular, no lo dejaba dormir en las noches. Caminaba por un pasillo, un pasillo oscuro, un pasillo que lo llevaba hacia una puerta, una puerta que nunca se habría. Harry no sabía por qué, pero ese sueño lo desesperaba, lo hacía despertarse molesto, gritando de dolor en la cicatriz, en la mitad de la noche.

Y en esas noches largas, en las que tenía tiempo para pensar, ya que no era capaz de volver a dormir, se preguntaba por qué. ¿Por qué habría sobrevivido? No había hecho nada importante en su vida. Nada que recordara con emoción, nada que lo hiciera... sonreír. Claro, Ron, Hermione... pero... ¿qué más tenía? Ellos tenían a sus familias, y siempre las elegirían por sobre él. Él nunca sería le primera opción de nadie. Nunca.

Porque él, realmente, no importaba. Si el desaparecía un día... nadie lo notaría, y lo peor de todo, sería que nadie lo extrañaría lo suficiente.

Harry despertó esa mañana y miró el techo. Había logrado dormir un poco más en la mañana después de toda una noche llena de pesadillas y dolor en la cicatriz. Suspiró. Se sentía tan cansado. No quería más. Se preguntó por qué Voldemort había matado a Cedric Diggory, que tenía unos padres que lo amaban, y no a él, que no tenía a nadie.

¿Por qué él seguía viviendo? ¿Sería un castigo por haber causado la muerte de su madre?

Sacudió la cabeza. Tenía que levantarse. Tenía que hacerlo. Aunque no quisiera.

Se levantó. Primero una pierna, luego la otra. Estaba de pie. Miró a su alrededor. Volvió a soltar otro suspiro.

Caminó hacia la puerta y la abrió, debía ducharse. El día anterior no había alcanzado a ducharse, había terminado sus deberes demasiado tarde, y no quería despertar a Snape y a August con el sonido del agua cayendo.

LiesWhere stories live. Discover now