Capítulo 33. Mentiras y traiciones

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Genave

Me limpie las lágrimas y tomé una larga respiración, sabía que la tristeza desfiguraba mi rostro, pero no era algo que pudiese evitar y me sentía como la más vil de las mujeres, una puta traidora que usaba a las personas para su propio beneficio, aunque en realidad ese no era mi caso. No me habían dado opción, ni siquiera pude objetar, no había ninguna otra salida. Me aparte de la ventana y me camine hacia la habitación, me abrace a mí misma, mientras me sentaba en aquel pequeño sillón y me dije que estaba haciendo lo correcto, porque no importaba lo enamorada que estuviese de Rubén a fin de cuentas nunca podría estar en paz con él.

Nueva York, antes

Desperté sobresaltada, con la ropa pegada al cuerpo y titiritando de frío, Devon me miraba muy atentamente sentando en el borde de la bañera. Sus ojos eran como una daga filosa y trate de moverme en aquel momento, pero me encontraba sujetada de pies y manos, me preguntaba ¿por qué no me había matado? Tenía la oportunidad en sus manos, no entendía porque aún seguía con vida.

—Quería hacerlo, respondiendo la pregunta que da vueltas en tu cabeza, moría por tener tu sangre en mis manos—Dijo de manera sádica y con una perturbadora sonrisa en los labios — pero eres una pieza importante en el rompecabezas—no sé porque me alteraron aquellas palabras—Ves esto—dijo mostrándome una foto. Gina, Alessio y mis padres salían en ella y sabía que era solo de hace unas horas ¿Que significaba esto? ¿A qué demonios estaba jugando?

— ¡No te atrevas a lastimar a mi familia!—me removí de manera brusca, pero solo logre lastimar mis muñecas.

—Eso depende de ti preciosa—blandeo la pistola delante de mí y yo cerré los ojos por puro instinto—Mi jefe quiere que le entregues a Patrovick, él sabe que tú eres su debilidad y el muy sabiondo acaba de mover a su madre. Marco no puede atacar en Rusia, pero si en Italia y ahí es donde. Ahí es donde entras tú, porque sabemos que él te llevará allí—unas espesas lágrimas se deslizaron por mis mejillas—Y sabemos que vendrá por ti, por eso tuve que matar a Tiffany una lástima estaba bastante buena y tengo que admitir que se defendió—me mostro una marca de uñas que tenía en la mejilla y a mi mente llego la imagen de ella ensangrentada.

— ¿Cómo están tan seguros de que me llevara a Italia?—Sabía que me temblaba la voz y odiaba saberme tan expuesta delante de este demente.

—Lo hará y tú nos avisaras cuando eso pase, porque es él o tu familia Genave Stevens. Tu decides—saco una jeringa y la clavó en mi brazo, sentí que todo me daba vueltas y suplique al todopoderoso que Rubén no viniera por mí.

—Dulce sueños—lo escuche decir antes que todo se apagará de nuevo.

***

El móvil vibro en mis manos y era otra foto de mi familia, ahora en su llegada al aeropuerto de Italia. Sabía que había hecho un pacto con el demonio del cual no me podría librar. Estaba acorralada y presa del miedo, mientras volvía a tener aquel temblor en mis manos. Eran solo dos malditas palabras las que debía escribir, una confirmación, pero estaba sintiendo demasiadas cosas por el hombre al que debía traicionar, estaba enamorada, no solo ilusionada y eso lo hacía mucho más difícil. Mirar como el amor se me escapaba nuevamente me lastimaba, al parecer había nacido sin el derecho a ser feliz.

Estamos aquí

Escribí finalmente y pulse enviar sin dilatarlo más. Arroje el teléfono y este cayó sobre aquel piso de alfombra, me hubiese gustado verlo partirse en mil pedazos, así como yo me encontraba por dentro. Rubén entró en aquel momento a la habitación, miró el teléfono en el suelo, lo tomo y me lo entregó. No pude disimular mi dolor, porque sabía que él simplemente iba atribuirlo al hecho de que se marchaba sin saber si iba a retornar, no imaginaba ni siquiera lo que estaba por llegar.

Me lancé a sus brazos y me acune sobre su pecho, las lágrimas empaparon su camisa blanca y sentí como me sujeto aun con más fuerza, sabía que solo trataba de consolarme, pero nada iba a poder hacerlo en este momento. Este trago era demasiado amargo, nunca pensé que mi vida se vería envuelta en esta oscura niebla de traiciones y mentiras, hasta llegué a pensar que sería demasiado fácil siendo abogada, porque nosotros debíamos defender nuestra parte sin importar, hasta el final.

—Quédate hoy—suplique y sabía que mi voz se escuchaba ronca e inestable—Solo quédate conmigo—Me aparto de su pecho y quitó el cabello que se me pegaba a la cara, beso suavemente mis labios y volvió a estrecharme en sus brazos. Y me dejé embriagar por su calor, por su hombría, por su firmeza, porque sabía que esta era la última vez que estaría entre sus brazos.

—Me quedaré y te prometo que todo esto terminara pronto, solo sigue confiando en mi—tuve que morderme el interior de la mejilla para no romperme y decirle todo, pero aun así no pude evitar llorar.

Rubén se apartó de mí y caminó hacia la puerta, lo observe sacar el móvil de sus bolsillos y se detuvo abruptamente mientras observa la pantalla de su teléfono. Lo mire apretar las manos en puños y de la nada lanzó el teléfono contra la pared. Camino hacia mí con los ojos encendidos en llamas me sostuvo con enojo por la barbilla, mientras me arrebataba el teléfono que tenía en las manos, entonces lo comprendí. Él lo sabía todo, sabía que lo había traicionado.

—Sabía que por algo te habían perdonado la vida—trate de hablar pero este no me lo permitió y me mostró el último mensaje que estúpidamente no había borrado—Ha esto es a lo que ha estado jugando todo este tiempo señorita Stevens—Me tomo con fuerza por el brazo y me lanzó bruscamente sobre la cama, mientras yo negaba con la cabeza, pero este ni siquiera me miro, solo caminaba de un lado a otro con ansiedad por la habitación y sabía que estaba sopesando qué hacer conmigo.

—Rubén, yo—se aproximó hacia mí y me cubrió la boca con sus manos. Sentí tanto miedo al mirar sus ojos, porque era otra persona, se había transformado.

—No hables maldita puta traidora, que ahora estoy pensando que voy hacer contigo—sentí como se me aceleró el corazón y sabía que no me podría defender. Él simplemente no lo permitiría y yo no tenía las fuerzas para hacerlo.

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