Capítulo 4.

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Silencio, déjame escuchar el silencio.

¿Qué ha pasado?— Preguntó inquietante Chloe.

Todos en el salón se habían fijado en Grace una vez que había golpeado el asiento de Brittany con fuerza, quedando todos estupefactos.

La mayoría de aquél salón se conocían, pero todos tenían su grupo con quién estar, por ejemplo, Brittany siempre se la pasaba con Agnes y Marco, un chico de estatura media obsesionado con los pinturas, siempre vestía raro, pero era agradable. En cambio Grace, se la pasaba con Chloe y Thomas, y cuando salían de clases, su grupo era más grande, quienes lo integraban Nathaniel, Jake y Gael, los dos últimos pertenecían a la carrera de Ingeniería.

—Nada.— Pronunció Grace con una sonrisa divertida.

—Ajá.— Mencionó Thomas mirando de reojo a Grace.— Es mejor que no hagas otra presentación así, siempre quedo con las ganas de algo más intenso.

Chloe rodó los ojos ante el comentario de Thomas, y volvió a su posición normal, Grace la imitó, y volvieron a la realidad, prestarle atención a la clase.

...

Sus ojos se abrieron de golpe.

Frío.

Muy frío.

Llevó su mano hasta su nuca y la tocó con desesperación, sintiendo su piel helada, podría jurar que sentía una gota de agua en su nunca, pero no.

Se levantó con cuidado de la cama, y caminó hasta el baño viéndose al espejo y respiró hondo.

Odiaba tener pesadillas, porque siempre se levantaba con su nuca ardiendo y sintiendo que se ahogaba en un profundo mar negro.

Agnes caminó sigilosamente fuera de su habitación, notando que ya era de día, y dentro de una hora debía estar en la universidad presentando un examen de 3 horas, y tan sólo pensarlo le dió dolor de cabeza.

—Buenos días, cielo.— Escuchó la voz de su padre detrás de ella y luego él la abrazó y dejó un suave beso en su frente.— ¿Qué tal tú noche?

Benedict Lawrence era su padre, un hombre atento, demasiado atento a decir verdad, bastante ocupado, pero también muy obstinado. Agnes siempre ha sido su preferida en todo, todo lo que Agnes pidiera, él se lo daría sin importar el precio o el lugar donde se encontraba, pero su hija debía tenerlo. A diferencia de su difunto hermano, jamás tuvo esa atención que Agnes lograba cautivar de su padre.

—Pesadillas, de nuevo.— Murmuró sentándose en el taburete del mesón, y sus manos fueron hasta su rostro, inhalando el aire lentamente.

—Ya hemos hablado de esto, cielo.— Insistió su padre bebiendo de su café y mirando de reojo a su hija.

—No quiero ver a la psicóloga.— Mencionó.— La última vez que fui pasé horas en mi cama llorando reclamando mi existencia.

Su padre dejó la taza de café en el mesón y tomó la mano de su hija menor con suavidad, haciendo que la pelirroja lo mirara con una sonrisa triste.

—Aún eres muy joven, Agnes.— Murmuró.— Eres fuerte y lo sabes, sólo no dejes que eso te siga consumiendo.

Agnes sólo se limitó a sonreírle y dió leves golpes en la mano de su padre.

—Estaré bien.— Dijo con una pequeña sonrisa.— Iré a ducharme, debo estar en la universidad.

—¿El chófer te llevará o llevarás tú auto?— Preguntó su padre bebiendo de su café.

¿Te quiero a ti? ¡No! ¿En tú mirada? ¡Menos! #3Место, где живут истории. Откройте их для себя