Epílogo

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EPÍLOGO

Esa misma noche del 31 de octubre...

AL OTRO LADO DE LA CIUDAD DE RIDDLE WOODS

Una luz roja se encendió de repente, iluminando la habitación de vigilancia y despertando a los dos guardias que se encontraban sentados enfrente de las pantallas de los ordenadores. Estos giraron sus sillones sorprendidos y luego se miraron con el ceño fruncido. Solo había un motivo por el que ese artilugio se pudiera haber encendido: algo iba mal.

Giraron sus cabezas hacia las pantallas de los ordenadores, donde en una de ellas se veía a Victoria Watson sentada en la silla metálica intentando liberarse de las cadenas que rodeaban su cuerpo. Por otra pantalla se podía contemplar la azotea, donde Alex Brooks estaba protegiendo a Zada Blake de los hombres de negros, quienes empuñaban sus armas. Pero, de repente, se produjo la primera explosión. Los agentes abrieron los ojos estupefactos al ver cómo sus compañeros salieron volando por los aires. Miraron la pantalla que grababa a Victoria, pero una capa de humo impedía poder ver algo.

A los pocos segundos, las alarmas empezaron a sonar, retumbando por cada rincón del edificio. Ese desagradable ruido era tan insoportable que ambos trabajadores se tuvieron que tapar las orejas con sus manos. La luz de la habitación se intensificó, deslumbrándolos, hasta que de la nada la bombilla que iluminaba la habitación explotó, dejando todo el edificio a oscuras. Las pantallas de las cámaras de seguridad también se apagaron de repente. Entonces, la puerta de la habitación se abrió y apareció Melville Kane, el comandante, furioso.

—¿Qué diablos acaba de ocurrir aquí? —preguntó.

—N-no lo sé, señor —tartamudeó uno de los guardias.

—¡Qué ha pasado! —gritó con rabia y caminó a grandes zancadas hasta los ordenadores que controlaban las cámaras. Empezó a presionar las teclas del teclado con desesperación para encender de nuevo los dispositivos, pero estos no respondían—. ¿Habéis visto algo?

Melville era un hombre con una mirada imponente e intimidante, de cabello negro y ojos marrones. Una negra barba adornaba su cara. Iba vestido de negro, igual que sus hombres, pero él llevaba puesto un traje de chaqueta para resaltar más.

—El almacén ha explotado, señor —dijo el otro hombre.

—¿Qué? —cuestionó, sorprendido—. No puede ser, ¿cómo?

—No... —uno de los agentes intentó decir algo pero alguien lo interrumpió.

—Ha sido él. Estoy más que segura de que él ha puesto bombas en el edificio y no una, sino muchas más —explicó una joven que los estaba observando atentamente desde el marco de la puerta—. Ya sabes a quién me estoy refiriendo.

La chica era alta y esbelta, de cabello moreno y rizado. Unos ojos color miel resaltaban en su cara, aunque estos estaban protegidos por unas gafas.

—Maldito desgraciado... —murmuró Melville entre dientes.

Melville giró la cabeza hacia las pantallas de seguridad y estas, de repente, se volvieron a encender. El comandante se centró en la cámara que grababa a Victoria y achicó sus ojos sin poder creer lo que estaba viendo. Ella ya no estaba en la silla. Es más, Victoria Watson ya no se encontraba en la sala en la que la habían instalado. Había desaparecido y nadie había visto cómo.

—¿Y la chica? —preguntó el superior.

—No puede ser —dijo uno de los agentes, sorprendido, mirando las cámaras—. Ella hasta hace unos segundos estaba ahí, mi comandante. Yo mismo lo comprobé cuando empezaron a sonar las alarmas —aseguró y giró la cabeza para mirar a Melville.

Aguijón Verde [SUSAC#1]Where stories live. Discover now