10. Las penas de Aurelia

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Luego de estar un largo rato charlando con Paimon, debía volver al cielo

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Luego de estar un largo rato charlando con Paimon, debía volver al cielo. Subí las escaleras que habían en el Bar Purgatorio, eran sumamente largas y se iban iluminando cada vez más mientras subías. Llegué a la recepción del cielo, la secretaria de cabello anaranjado me miró a través de sus enormes gafas.

—¿Cuál fue el motivo de bajada? —preguntó analizándome con su mirada.

—Recreacional —respondí.

—Vaya, últimamente bajas bastante al Purgatorio, antes casi solo lo hacías para trabajar —dijo la mujer mirando mis registros.

Aquello era cierto, mi existencia ahora ya no tenia el único propósito de servir, no sabia cuan era el otro, pero existía.

—Uff, el chico huele a pecado —escuché a una voz aniñada que provenía de atrás.

No por favor, no él, estaba teniendo un muy buen día.

—Spring —dije girándome a ver al querubín.

Debía admitirlo, en lo general no me agradaban mucho los seres, cosa extraña en un ángel. No es que odiara a todo el mundo, simplemente no me gustaba convivir con las personas externas. Pero con Spring era distinto, no había ser más insoportable que ese querubín. Tenía el cabello rosa chicle y la piel rosa pálida, tenia la apariencia de un niño pequeño, pero existía desde el comienzo de los tiempos. Se suponía que su trabajo era supervisar, nunca entendí bien en que consistía eso, para mi que era solo molestar a los demás.

—Hueles a pecado, que asco —dijo olfateando mi ropa mientras revoloteaba a mi alrededor con sus pequeñas alas que a penas sostenían a su cuerpo.

—Todos los que vienen del Purgatorio huelen a eso, limpia al muchacho y déjalo en paz —dijo la secretaria sin prestarnos mucha atención.

—¡Pero este chico huele a mucho pecado! ¡Huele a demonio! —chilló el querubín.

—Habla con la mano, Spring —dijo la mujer mientras movía su mano.

Spring me miró molesto y me bañó en desinfectante angelical, mucho más del necesario. Por fin salí de la recepción y me dirigí donde vivía con Aurelia. Al llegar quedé impactado, mi amiga estaba con los ojos rojos e hinchados, se veía triste.

—Haniel, creí que volverías más tarde —sollozó intentando limpiarse las lágrimas.

Nunca antes la había visto llorar. Ella era mi graciosa y buena amiga, una mujer fuerte con la que siempre me sentía protegido, que aguantaba mis rabietas y dramatismo. Era duro ver a tu soporte así.

—¿Estas bien, cariño? ¿Qué ha pasado? —pregunté preocupado.

Fui donde ella y la sostuve entre mis brazos, no me respondió, solo lloró de nuevo. Sostuve su lindo rostro entre mis manos, no soportaba ver sus grandes ojos soñadores inundados de lagrimas.

Ángeles y demonios se besan en el PurgatorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora