Gryffindor y Slytherin

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Los sueños de Mattheo comenzaron a ser confusos y perturbadores por días. Nagini entraba y salía de ellos, primero a través de un anillo gigante agrietado, después a través de una corona de Navidad de rosas.

Despertó de repente, en pleno ataque de pánico, convencido de que alguien le había llamado en la distancia, imaginando que el viento que azotaba la tienda eran ruidos de pasos y voces.

Despertó de repente, en pleno ataque de pánico, convencido de que alguien le había llamado en la distancia, imaginando que el viento que azotaba la tienda eran ruidos de pasos y voces

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Alexa lo consolaba cada vez que esto ocurría.
- Tranquilo. Aquí estoy. Siempre estaré.

Su respiración agitada, temblores y sudores se esfumaban con las palabras y caricias que la pelirroja le brindaba con la intención de calmarlo.
Noche tras noche vivían las mismas dificultades, las atravesaban, y continuaban adelante.

La nieve estaba cayendo copiosamente, y agradecieron el cambio de lugar. Media hora después, con la tienda recogida, se desaparecieron.

Los pies de Alexa estaban parcialmente hundidos en el suelo nevado, y momentos después golpeó con fuerza en lo que le pareció tierra congelada cubierta de hojas.

- ¿Dónde estamos? - preguntó, escudriñando alrededor hacia una nueva masa de árboles mientras Hermione abría su bolso de cuentas y empezaba a sacar los palos de la tienda.

- En el Bosque de Dean. Acampé aquí una vez con mamá y papá.

Hacía un frío amargo, pero al menos estaban protegidos del viento. Pasaron la mayor parte del día dentro de la tienda, acurrucados en busca de calor alrededor de las útiles llamas de un brillante azul que Hermione era tan hábil en producir, y que podría ser recogidas y llevadas por ahí en una jarra.

Mattheo se sintió como si se estuviese recuperando de una breve pero grave enfermedad, una impresión reforzada por la solicitud con la que Alexa le trataba. Esa tarde nuevos copos cayeron sobre ellos, haciendo que incluso su claro protegido se cubriera de una nueva capa de nieve en polvo.

Cuando la oscuridad cayó otra vez, Mattheo rehusó el ofrecimiento de Alexa de quedarse vigilando y le dijo que se fuera a la cama.
Llevó un viejo cojín a la entrada de la tienda y se sentó, llevaba puestos todos los jerseys que poseía e incluso así todavía temblaba; no quería que ella pasara por eso.

La oscuridad se acentuó con el paso de las horas hasta que resultó virtualmente impenetrable. Cada diminuto movimiento parecía magnificado por la inmensidad del bosque.

Mattheo sabía que debía haber criaturas vivas (que de seguro, si no estuvieran escapando, estaría descubriéndolas con su novia) pero deseaba que todas permanecieran inmóviles y en silencio para poder separar sus inocentes roces y murmullos de los ruidos que podrían proclamar otros movimientos siniestros.

Recordaba el sonido del serpenteo de una capa sobre las hojas muertas que había oído días atrás.
Los encantamientos protectores de Hermione estaban funcionado durante semanas, ¿por qué iban a fallar ahora?     
Y aun así no podía sacudirse la sensación de que algo era diferente, que había más peligro cerca. Varias veces se enderezó de un salto, le dolía el cuello porque se había quedado dormido, derrumbado en un ángulo torpe contra el costado de la tienda.

Mattheo Riddle y Alexa Weasley (parte 3)Where stories live. Discover now