Hogwarts

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El techo encantado del Gran Comedor estaba oscuro y salpicado de estrellas, y bajo él las cuatro largas mesas de las casas estaban llenas de estudiantes desaliñados, algunos con capas de viaje, otros en bata. Aquí y allá brillaban las figuras blanco perladas de los fantasmas del colegio.

Cada ojo, vivo o muerto, estaba fijo en la profesora McGonagall, que estaba hablando desde la elevada plataforma en lo alto del comedor. Detrás de ella se encontraban el resto de profesores, incluyendo al centauro Firenze, y los miembros de la Orden del Fénix que habían llegado para luchar.

- Ya hemos colocado protección alrededor del castillo - estaba diciendo la profesora McGonagall - pero es poco probable que aguante durante mucho tiempo si no la reforzamos. Por tanto, debo pedirles que se muevan rápido y con calma, y que hagan lo que los prefectos...

Pero sus palabras finales fueron ahogadas por una voz diferente que resonó por todo el comedor. Era alta, fría y clara. No se podía decir de dónde venía. Parecía emitirse desde las mismas paredes.

- Sé que se están preparando para luchar - hubo gritos entre los estudiantes; algunos de ellos se agarraron a otros, mirando alrededor aterrados en búsqueda de la fuente del sonido - Sus esfuerzos son inútiles. No pueden luchar contra mí. No quiero matarlos. Tengo un gran respeto por los profesores de Hogwarts. No quiero derramar sangre mágica.

Ahora hubo silencio en el comedor, el tipo de silencio que presionaba contra los tímpanos, que parecía demasiado enorme para ser contenido por las paredes.

- Entréguenme a Harry Potter - dijo la voz de Voldemort - y no se hará daño. Entréguenme a Harry Potter y dejaré la escuela intacta. Entréguenme a Harry Potter y serán recompensados. Tienen hasta medianoche.

El silencio se los tragó de nuevo. Cada cabeza se giró, cada ojo de la habitación pareció posarse en Harry, sujetándole para siempre en el resplandor de miles de rayos invisibles.

A pesar de eso, nadie se movió, de modo que fue necesario que la profesora McGonagall bajara de la plataforma de los profesores para obligar a los menores de edad a ponerse de camino.

Hora después, llegó la medianoche.

Se vio ráfagas de luz en la distancia y se oyó un extraño grito agudo. La resistencia había comenzado.

Las primeras bajas de la batalla ya estaban desparramadas en el siguiente pasillo: dos gárgolas de piedra que normalmente guardaban la entrada a la sala de profesores habían sido destrozadas por una maldición que había entrada por una ventana rota.

Mattheo y Alexa pasaron a toda velocidad, eufóricos y aterrorizados en igual medida. Se lanzaron por un pasillo, y entonces derraparon en una última curva y con un grito de alivio mezclado con furia, encontraron a Harry, junto a Ron y Hermione.

- ... La cámara de los secretos - estaba diciendo el pelirrojo.

- ¡Todavía no nos habíamos ocupado de la copa! ¡Y entonces se acordó de él! ¡En el basilisco!

Los ojos de Mattheo y Alexa bajaron a los objetos en brazos de Ron y Hermione, grandes colmillos curvados; arrancados, se dieron cuenta ahora, de la calavera de un basilisco muerto.

- ¡Estuvo increíble! - exclamó Hermione.

- Ella le clavó el colmillo. Me pareció que debía ser su momento.

Al decirlo, hubo una explosión por encima de sus cabezas. Los cuatro miraron hacia arriba mientras caía polvo del techo y se escuchaba un grito lejano.

- Esperen, nos estamos olvidando de alguien - avisó Alexa - Los elfos domésticos. Estarán todos abajo en las cocinas, ¿no? Debemos decirles que se marchen.

Mattheo Riddle y Alexa Weasley (parte 3)Where stories live. Discover now