El Bosque, otra vez

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Al fin la verdad. Ambos entendieron al fin que no estaban destinado a sobrevivir. Sus tareas suponían ir tranquilamente en busca de un abrazo de bienvenida dado por la muerte.
A lo largo del trayecto, debían deshacerse de los vínculos que mantenían a Voldemort vivo, de modo que cuando se interpusiera en sus caminos, sin levantar la varita a modo de defensa, el final fuera limpio.

Ninguno viviría, ninguno podía sobrevivir.

¿Cuánto tiempo les quedaba para, mientras caminaban a través del castillo por última vez, atravesar los terrenos e ir al bosque? ¿Dolería morir? ¿Deberían pelear?

La despiadada caminata hacia su propia destrucción requería una clase distinta de valentía.
Se había acabado, lo sabían, y todo lo que quedaba era morir.

No habría despedidas ni explicación alguna, estaba decidido. Este era un viaje que no podrían emprender todos juntos, y los intentos que ellos pudieran hacer para pararlo sólo les harían perder un valioso tiempo.

No miraron hacia atrás cuando cerraron la puerta de la oficina. El castillo estaba vacío. Se sentían como fantasmas al cruzarlo solos, como si ya hubieran muerto. La gente de los cuadros todavía estaba ausentes de sus marcos; el lugar resultaba espeluznante, como si el resto de la sangre estuviera concentrada en el Gran Comedor, donde se apiñaban los muertos y los moribundos.

Se pusieron la capa de invisibilidad y descendieron varios pisos, hasta llegar al vestíbulo.
Una minúscula parte de ellos mismos esperaban ser detectados, ser vistos, ser detenidos, pero la capa era, como siempre, impenetrable, perfecta, y alcanzó las puertas delanteras fácilmente.

Entonces Alexa pasó caminando muy cerca de ellos. Estaba trasladando el cuerpo de Colin Creevey desde los terrenos junto con otra persona.

- Escuché que sales con el hijo del Innombrable. - decía Oliver Wood.

- Sí - sonrió débilmente. Alexa se inclinó contra el marco de la puerta por un momento y se limpió la frente con la parte posterior de su mano.

Corrientes de aire frío le recorrieron. Quería gritar a la noche, quería que Alexa supiera que él estaba allí, quería que ella supiera a dónde iba. Quería que le detuviera, que le sujetara, que le arrastrara de vuelta a casa...

Siguieron avanzando. Echaron un vistazo por detrás de la entrada del Gran Comedor. La gente se movía alrededor, intentando reconfortarse unos a otros, bebiendo, arrodillándose al lado de los muertos.

Bajaron los escalones y se adentraron en la oscuridad. Eran casi las cuatro de la mañana, y la calma mortal de los terrenos era como si también ellos estuvieran respirando.

Alguien se movía no muy lejos, observando otra figura tendida en los campos. Estaban a solo unos metros de ella cuando se dieron cuenta de que era Ginny. Harry se detuvo, obligando a Mattheo a hacer lo mismo.

La pelirroja se inclinaba sobre una chica que susurraba llamando a su madre.
- Tranquila. Todo va bien. Vamos a llevarte dentro.

- Pero quiero ir a casa - susurró la chica - ¡Ya no quiero luchar más!

- Lo sé - dijo Ginny, y su voz se quebró - Todo irá bien.

Mattheo apoyó su mano en el hombro de su amigo, y él entendió. Debían seguir.

La cabaña de Hagrid apareció en la oscuridad. No había luces, ni se oía a Fang, su gigante perro, arañando la puerta, dando la bienvenida con ladridos.

Siguieron andando, alcanzaron el borde del bosque y entonces se detuvieron.

Los nerviosos dedos de Harry juguetearon durante un momento con la bolsita de piel de topo, que colgaba de su cuello. Sacó la snitch dorada que Dumbledore le había regalado.

Mattheo Riddle y Alexa Weasley (parte 3)Where stories live. Discover now