8. Bandera blanca

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El domingo por la madrugada me despierta un terrible frío; suerte que traigo puestas mis calcetas de felpa con pompones morados en los dedos, que me mantienen calientita. Sarah me las compró.

Es una buena mujer. Me cae bien.

Aunque... lo que oí ayer me dejó con los colores a rojo vivo en la cara, no cambia absolutamente nada el modo en cómo la veo como persona, o, mi opinión sobre ella como mujer.

El sexo... cada quien lo disfruta a su gusto. El deseo sexual no debería incomodarnos, no si es mutuo. Y el modo en cómo decidimos gozarlo, es asunto nuestro; no nos incumbe lo que los demás hagan de la cintura para abajo.

Los domingos va a sus clases de spinning. Carolina tampoco está (gracias a Dios), ella y mi tía salieron de shopping. Quizá deba decirle a Andrea, que... Carolina, pues... como que me odia... un poco. Bueno, le diría que no le caigo tan bien, como ella supone. Aunque, tampoco me gustaría que Carolina tuviera problemas por mi culpa, o, que se fracturara su amistad con mi tía.

Puede que si la ignore, su comportamiento cambie. Dije: puede.

(Imaginen las comillas, por favor.)

—Meli —me llaman. Es Raúl. Toca la puerta con calma dos veces.

Por poco me olvido de que él también está en casa.

—Pasa.

Al entrar, saca una servilleta de su bolsillo trasero a modo: «bandera blanca». Esos vaqueros le quedan demasiado ajustados a sus piernas de ciclista.

«Puaj.»

Reprimo una mueca de asco. No me gustan los jeans ajustados en hombres de muslos llenitos, y pantorrillas marcadas.

—Una vez más... —suspira—, tengo que disculparme en nombre de mi madre —dice, moviendo la servilleta de un lado a otro, como rendición—. Lo lamento.

—Descuida —le quito importancia—, créeme que no es la primera, ni la última persona que me suelta comentarios hirientes.

—Eso no significa que esté bien.

—Lo sé... —contesto, algo cansada de ser paciente con esa mujer, que me odia por razones vinculadas a mi pasado.

Aunque me parezca lindo que venga a disculparse en nombre de su madre, me hubiera gustado más oír esa disculpa de parte de Carolina. Pero sé que eso sería misión imposible, y menos conseguir que ella quiera hacerlo por voluntad.

—Te tengo una sorpresa —dice, al cabo de unos segundos, cambiando de tema y actitud.

—¿Cuál? —Tengo curiosidad.

—Un viaje en auto —me sonríe con una emoción, que me parece súper tierna—. Te llevaré a conocer la universidad un día antes, para que no sientas demasiada presión el Lunes.

Le sonrío.

—No creo que nos dejen entrar a la escuela, es Domingo —digo, tratando de no apagar su alegría.

—Oh, sí, nos van a dejar entrar. Mi madre y tu tía hacen generosas donaciones mensuales a la universidad. Así que sí, encanto, nos van a dejar pasar —asegura en un tono presuntuoso.

—Vaya...

¿«Donaciones mensuales»? Admito que la carrera de Actuaría y Administración de Empresas, son bien pagadas. Lo que no sabía era que mi tía también enviara dinero. Me pregunto por qué, ella nunca me comentó nada de eso. O, ¿a esto se refería, cuando dijo que ella se encargaría económicamente de mi inscripción y pagos mensuales? La colegiatura no es barata, y mi inscripción fue apresurada. ¿La influencia que hubo en la familia de Carolina, me ayudó a conseguir asiento en la universidad?

Quizá..., por eso Carolina se porta tan mal conmigo. Me ve como un estorbo. Creo que planea desquitarse una y otra vez, hasta que los años de mi carrera terminen.

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