28. ¿Qué saben de Valeria?

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Qué bueno que guardé la ruta en mi celular. Así el taxista no tiene que preocuparse por cómo llegar.

Cosa que hacemos. Pago el cambio exacto y le digo adiós. Fue casi un robo, pero da igual. Luego haré que Raúl me triplique el dinero que perdí hoy. Me lo debe. Me la va a deber. Estoy a punto de salvarle el trasero.

Veo a un par de chicos jugando a beber sobre una mesa de tenis con pelotitas. A otros que se escupen el alcohol entre ellos mientras se cazan como si se creyeran jaurías. Puaj. No hago caso del creciente asco que siente mi estómago y sigo mi camino. Chicos a mi alrededor caminan en círculos. Otros restriegan sus cuerpos y beben como si no hubiera un mañana. Distingo un Volkswagen naranja estacionado sobre los rósales, cerca de la entrada, casi como si hubiera querido estrellarse contra la pared de la casa. Me acerco y miro a través de la ventanilla del Vocho; no hay nada.

Gruño mientras me alejo del vehículo y subo los escalones de la casa. Maldito, Raúl. Yo ni quería venir.

Abro la puerta y entro. Todo tiene un aspecto diferente: luces de antro, el humo quema mis ojos, la electricidad entre toda esta gente me avispa el pelo encrespado... Qué bueno que traigo mi liga de emergencia en la muñeca. Me amarro el pelo mientras me abro paso entre la gente. No veo a Daniel o a Gabriel. Suerte que no me he topado con Daniela. Lucía tampoco está a mi vista; lo que es una lástima porque ella sí me cae bien. Necesito encontrar a Raúl y llevarlo de vuelta al departamento. Me concentro en buscar a un chico con lentes de maestro mientras me abro paso entre todos mis compañeros, y en los que parecen ser de último año.

—¡Hola!

Mi cabeza gira como si tuviera un resorte, cuando escucha la voz de una mujer que me resulta bastante familiar. Es Lucía. Está enfiestada, altísima con esas plataformas de doce centímetros, y sexi metida en ese vestido adherido a su cintura de avispa. Deja tirado a un chico desconocido para venir corriendo a abrazarme.

—¡Hola, Herme! ¡Me da gusto verte!

Su aliento me da un indicio de cuántas copas ha tomado. Me quema las pestañas. Se separa un poco para verme a la cara y repasar con sus ojos mi atuendo. Yo hago lo mismo. El vestido le resalta los pechos y las piernas. Tiene una bonita figura; delgada y fina. Yo estoy enorme y fea con este overol rojo. Si el idiota de Raúl no se hubiera emborrachado en esta casa, con toda esta gente que supuestamente odia, mi vestimenta sería otra.

Tengo vestidos. Mi papá estaba obsesionado con ir a la iglesia cada domingo; creo que quería darle una buena imagen al cura. Ya saben, para que él le perdonara los pecados y todo eso.

—Me alegra que estés aquí —me sonríe como si fuera su compi.

Y me trata como si también lo fuera. Posa su brazo sobre mis hombros y me hace seguirla. Está sudando como si estuviera en un sauna. Su delineador va más para abajo que para los costados. Y su labial negro está desapareciendo.

—Daniel se ha pasado toda la noche hablando sobre ti.

—¿Ah, sí?

Se ríe como una boba. Está ebria.

—Dijo que eres una chicaaaa muy lindaaaa... Con un trasero que está para lamerlo como a una paleta.

Mi risa es un alarido nervioso.

—Dijo que estás bien tetuda. —Habla mientras se expresa con sus manos sobre sus pechos, como si los estuviera comparando.

No la tomo muy en serio porque sé que está bien ida; pero eso no quita que me incomode menos. Además, Daniel no pudo haber dicho todo eso. No me lo imagino.

—Esplendido —respondo.

Me sirve una bebida de sólo Dios sabrá qué contenido cuando llegamos a la barra.

Así Son Las Cosas [Así somos #1] ✔️Onde histórias criam vida. Descubra agora