11. ¡¿Que quieres qué?!

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Sus ojos son: grises, grandes, hermosos, y... expresivos. Tienen un no sé qué, que me provoca un cosquilleo en la boca del estómago.

Bajo la vista, inmediatamente, al sentir mis mejillas calientes y enrojecidas. Me intimida. Para evitar mi cohibición, libero mi encrespado pelo de su coleta de caballo, e, intento calmar el temblor en mi postura, mientras el rubor desciende, lenta y dolorosamente, de mi cara.

Vuelvo a mirarlo, y me sorprende encontrar sus ojos en la misma posición, mirándome con cierta emoción que no sé descifrar. No hace nada para incomodarme, pero no me deja pensar con claridad. Su pose y despreocupación, lo figuran como a un niño de diez años. No me he movido, ni la cabeza o las piernas, y, por alguna razón, me alegra de que él tampoco haya apartado sus ojos de mí. Parpadea, o, ¿me guiñó un ojo? No estoy segura. Sus hermanos continúan en el chisme, pero él solamente tiene ojos para mí.

Su cabeza inclinada, encima de sus brazos, con la mirada perdida en la mía, me induce a pensar que él parece más interesado en mí, que yo en él.

Me quedo de piedra, cuando reclina su espalda en el asiento, claramente molesto, y, suspira con cansino, al volver a centrar sus ojos en el servilletero de metal. Me obligo a dejar de mirarlo, pero vuelvo a la carga, cuando percibo la intensidad de su iris gris en mí.

No puedo evitar apreciar su mentón, su nariz respingada, sus labios llenitos y, puntiagudos, sus pestañas largas y caídas como camello, y, sus ojos... Esos ojos grises están hechos, sólo para que una persona exclusiva, pueda adorarlos. Ladea la cabeza, de nuevo, en mi dirección, ¡y sonríe!... Sólo un poco, pero ahí está, esa sonrisa genuina que provoca una reacción pasiva que me transforma en un tomatito sin pena. ¡Y todo en menos de un segundo, eh!

Me aclaro la garganta, e intento disimular la vergüenza escondida detrás de mis mejillas, rojo borgoña, utilizando mis mechones como escudo. Cuando él se da cuenta de mi expresiva timidez, su sonrisa se intensifica en una oculta de oreja a oreja. Quiero devolverle el gesto, pero mis labios siguen entre abiertos, y mi corazón hecho un lío.

¿Por qué me mira así? ¿Nunca había visto a una chica con la piel bronceada, o, el pelo castaño? ¿El güero nunca ha visto a una mexicana en su vida? ¿Qué le pasa?

«¡Esperen!... ¿Qué me pasa a mí?»

—¡Ya estoy aquí! —anuncia, una voz, a mis espaldas. 

Es Raúl.

Se sienta a mi lado. Prácticamente se adueñó de mi espacio personal.

La sonrisa de Nick se desvanece, y sus facciones endurecen. En menos de lo que canta un gallo, vuelve a integrarse en la plática con sus hermanos, aunque no tenga idea de lo que estén hablando. No me gusta que haya cambiado su actitud, únicamente porque me vio con alguien más. Me gustó que me sonriera, que me miraran sus ojos grises, los mismos que, por alguna razón, juraría que se convirtieron en dos cielos sin nubes opacando su esplendor, cuando me sonrió. Iluminaron cada segundo entre él y yo.

—Lamento la espera —dice Raúl, nada enterado, del contacto que establecí con su rival de debates.

—No hay cuidado.

—Entonces... ¿Hablábamos de...? —se pregunta, sin acordarse.

—Claro —digo—. Hablábamos de la escuela.

La hora restante la pasamos riendo y disfrutando del almuerzo. Sigue a mi lado, casi rozando mi rodilla, pero yo mantengo mis distancias. Le recuerdo, una y otra vez, lo que me gusta de un libro, y lo que me desagrada en uno. Raúl me escucha, siempre atento, y yo me la paso esperando a que revele algún secreto vergonzoso, para estar totalmente segura sobre lo que me conviene decirle. La mayor parte del tiempo, me la paso escabulléndome mentalmente de la conversación, sólo para asegurarme de que Nick siga ahí. Verifico, y descubro que sí está. Pero no me ha vuelto a mirar desde que me vio acompañada de Raúl. Sigue en la plática con sus hermanos.

Pero... sus hombros tensos, y ceño fruncido, mientras habla..., no me da buena espina. No sabría explicar su comportamiento. Si no lo conociera, diría que está enojado. Lo que suena a locura adornada con dedos girando en la sien, porque no lo conozco de nada.

—Entonces, ¿estudiamos mañana en una hora libre?

—Ajá —digo, no tan concentrada en nuestra conversación. Sigo con la vista clavada en Nick.

Gracias a Dios, Raúl no se entera de nada.

—Mis clases terminan dos horas después que las tuyas, pero estoy seguro de que podemos...

No presto atención después del «podemos...»

En lo único que mi mente, ojos, oídos, y... corazón tienen atención, es en Nick. Lo veo, y lo que aprecio de él, no me gusta. Poco a poco se transforma en un ser insolente y maleducado. Se esfuerza en tratar de disimular una buena conversación con sus hermanos, pero es obvio que está tenso, y... el ambiente tampoco parece ir a su favor.

«¿Qué le pasa?»

—Raúl —lo interrumpo—. ¿Qué otras cosas sabes sobre Nicholas Bonnet?

No me sorprende que luzca desconcertado.

—¿Qué?

De hecho, me sorprende más a mí, preguntarle por él en especial, en lugar de toda la familia en general. Pero la verdad, es que sólo me intriga el gringo.

—¿Qué sabes de él? —vuelvo a preguntar.

—Pues lo que te dije. —Está molesto.

No lo culpo. Lo que me extraña es que haya tenido que apartarse, y situarse al otro lado de la butaca, obstruyendo mi vista.

—No, sólo me has dicho lo que te molesta de él —le aclaro—, pero no lo que sabes de él.

—No creo que te convenga saberlo todo —me responde de mala gana—. Es una historia fea.

Se que no me concierne, pero no puedo callar mi curiosidad. Tengo un mal presentimiento: ¿por qué no me quiere decir nada?

—A ti no te agrada, pero... ¿por qué? ¿Te hizo algo malo?

Mi amigo lucha contra su fuero interno. Lo veo en sus ojos, incluso a través de esos lentes de maestro, puedo ver claramente que pelea contra algo superior a él.

¿En verdad fue tan malo lo que hizo? ¿A qué me enfrento?

—Meli, él no es una buena persona. Es lo único que te diré.

Finalmente sucede.

Nick finalmente se rompe.

—¡¿Que quieres qué?! —grita, a unos metros de nosotros, un rubio vestido de negro.

Así Son Las Cosas [Así somos #1] ✔️Where stories live. Discover now