43. Mi padre está vivo gracias a mí

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Veo la forma de sus puños cuando le cuento de lo que mi padre me hizo en la piscina, y del incidente en el que involucró algo más que un barato intento.

     Después de su acto para arrastrarme desde el cuero cabelludo, vino a ofrecerme disculpas y lo perdone. Dos semanas más tarde me lo encontré sentado en la mesa de la cocina con un cuchillo de carnicero; aún lo recuerdo:

–      Meli, no te espantes por lo que vas a ver –dijo antes de cortarse el cuello de lado a lado.

     Sigo sin comprender por qué hizo algo así de horrible, <<¿Y sí, lo hizo a propósito para herirme?>> Eso es más creíble.

     También me acuerdo de que salí corriendo para intentar ayudarlo; tome el primer trapo que estaba a mi vista y le hice una especie de torniquete improvisado, mientras llamaba a una ambulancia.

     Mi padre está vivo gracias a mí. Eso me lo dijeron varios doctores y enfermeras cuando me dijeron que el peligro ya había pasado.

     Y en un año mi amiga falleció; le cuento a Nick sobre Estela, y de cómo a veces siento que me habla cuando me encuentro mal o triste. Le conté de sus últimas palabras, y de cómo la culpa me carcome por haberla dejado irse sola, cuando siempre nos íbamos juntas y de vuelta en la misma dirección.

     En un punto de mi mente, mi cabeza recuerda todo lo que pasó ese día. Después de un corto tiempo le confieso lo que siempre me ha dado miedo admitir.

–      Ella se suicido –esa maldita palabra forma una especie de barrera entre nosotros.

     Le cuento de la parte que siempre me había guardado para mí misma desde el día del accidente:

     Lo cierto era que Estela tenía una vida simple pero buena; sus padres se aseguraban de su bienestar, y sus hermanos la amaban muchísimo. Pero ella no era feliz, jamás entendí por qué.

     Lo que nunca le dije a sus padres, era de lo mucho que se la pasaba llorando en el baño de las niñas, y de cómo un día la pesque con un cúter en sus muñecas. Recuerdo unos meses difíciles en los que me contaba que ya no aguantaba seguir por un camino en el que no era libre, o que no era ella misma cuando estaba en casa. Me aseguraba que se sentiría mejor, me lo juraba y perjuraba un montón de veces; pero nunca lo consiguió.

     Ese día, la ví...

     Se deshizo de su mochila, se quitó el suéter azul marino de la escuela. Le grite una vez, y ella me dijo que ya no aguantaba más y, <<¡Adiós maldito mundo!>> grito, grito con tanta fuerza que todo el cielo se nublo, y se estruendo de sólo oírla; sin previo aviso, dejó que un auto la atropellara. Ella me dejo sola y triste; recuerdo lo mal que lo pasé cuando sus padres me preguntaron qué había pasado. Hice lo que sé hacer mejor: mentir, porque no quería que el último recuerdo que tuvieran de su hija fuera malo. Su familia es cristiana, y el suicidio no es un tema que se trate precisamente cómo opción para ellos.

     Debo admitir, que una parte de mí se alegró de que muriera; la parte mala y podrida de mi se alegró porque: ya no iba a seguir escuchándola, escuchar sus pestes de comentarios y de lo mal que se sentía todo el tiempo. Eso a mí también me afectaba ¿Saben? Porque uno no puede ir recolectando lo que los demás desprecian respecto a sus vidas. Al menos yo ya no quería seguir oyéndola.

     Ahora sólo la tengo como un bonito recuerdo que se me aparece de vez en cuando; no obstante, ésta parte mala y podrida que tengo se alegra de que ya no se sienta con el derecho de decirme lo mal y sola que se siente. Supongo que los papeles han cambiado para nosotras, porque ahora soy yo la que se queja de su vida, y la que acude a una respuesta cuando sé que no me la va a dar desde el cielo.  

Así Son Las Cosas [Así somos #1] ✔️Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon