54. No vuelvas a hablarme así, Nick

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Escucho un timbre.

Un timbre persistente que no deja de molestar mis sueños. Quiero seguir durmiendo y seguir soñando, es lo único que siempre he tenido en mis momentos de soledad.

Trato de hacerla callar a modo telepático, no funciona. Con la voz en lo alto le digo que se calle, pero ni así me libro de ese molesto ruido. Me debato entre levantarme o dejarlo; a lo mejor es un vendedor, y probablemente se va a ir una vez que se dé cuenta que en está casa no queremos de sus cosas. El ruidito sigue y sigue hasta que me levanto con aire exasperante para decirle a quien sea que se vaya a la mierda. Ni me fijo en qué sólo traigo puesta la camisa y los calzones.

Voy directo a la puerta para presionar el botoncito que conecta con el mundo.

– ¿Sí, qué se le ofrece? –pregunto con lo que queda de mi paciencia.

– Se me ofrece entrar y disculparme. Se me ofrece entrar y besarte. Se me ofrecen muchas cosas inapropiadas que no puedo decir por un maldito timbre.

Esa voz. Es Nick. ¿Por qué...?

– ¿Me vas a abrir para que me arrastre a tus pies?, o, ¿prefieres que lo haga escalando el edificio?

– ¿Qué haces? –le pregunto confundida.

– Ya te lo dije... –responde con el mismo tono fastidioso.

– A lo que me refiero es: ¿Qué haces aquí exactamente?

Aguardo en silencio. De repente algo melancólico aparece en el tono de su voz:

– Te extraño.

Mi lado berrinchudo lo quiere dejar allí por unos minutos más..., pero mi lado que más se inclina por dejarlo entrar gana la balanza. Le doy al botón verde qué le indica que ya puede pasar.

No tarda mucho en tocar a la puerta. Sus toques son pasivos tras la puerta, al igual que su voz.

– Miel –lo oigo.

Le abro. Al verlo se me olvida todo rastro del asunto que me hizo gritarle y que me hizo irme, y me da pena que las cosas hayan terminado tan mal entre nosotros. Tiene las manos puestas en los bolsillos y unos ojos grises suplicantes de mi perdón.

– Lo siento. –dice, todavía con el cuerpo afuera de la entrada.

Bajo la vista y me apresuro a cubrirme un poco los muslos. No me quite el sostén, así que no está tan mal mi estado, ¿verdad?

– Perdón..., perdóname Miel –vuelve a decir.

– ¿Por qué debería?

– Por favor, soy un imbécil okey.

– Más que un imbécil. No quiero pelear, pero creo que tendemos a atraer problemas.

– Yo soy el problema. Tú eres la única que se puede quedar conmigo sabiendo que me haces feliz, te has convertido en mi única, eres la única y no quiero perderte. No puedo dejarte.

Acorto el espacio que nos separa cuando lo atraigo hacia a mí, con mi manita entrelazada con la suya. Me regala sus brazos y me gano un fuerte suspiro de alivio que me relaja al instante, Nick tiene experiencia en hacerme sentir bien y mal al mismo tiempo. Lo que dijo me ha atraído de nuevo.

Me apresuro a cerrar la puerta en cuanto lo tengo adentro. Nick me abraza por la espalda sin perder el tiempo de tenerme tan lejos. Me giro sin que sus manos me dejen de estrujar contra él y nuestros labios se encuentran. Me desespera el hecho de que no podamos hablar de su pasado, pero creo que ahora sólo quiero que me toque sin la necesidad de que me explique nada.

Sólo bastó decirme que me extrañaba. Sólo le basto a mi mente temer por perderlo para tenerme una vez más entre sus brazos.

Lo arrastro como puedo sin dejar de besarnos hasta llegar a mi cuarto. Cierro la puerta de un solo golpe y vuelvo con él.

– Dios... –dice con dificultad. Me aparto lo justo para escuchar lo que tiene que decir–. Por un minuto pensé que no me ibas a volver a hablar.

Se me parte el corazón al escucharlo. Dejo caer mi cabeza en su pecho para expresarle que aún quiero estar con él, que me muero porque me vuelva a besar o siquiera a abrazar, pero me da miedo volver a abrir la boca, en cambio me dedico a rodearlo con los brazos.

– Gracias.

– Te extrañé.

– Creo que ambos estamos de acuerdo, ¿no?

– Creo...

Sigo un poco enfadada con él, aunque ya no tanto como para volver a gritarle. Aún tenemos mucho de que hablar.

– Miel, perdóname –vuelve a suplicarme.

– Está bien –le aseguro–. Pero no vuelvas a hablarme así, Nick –se lo advierto.

– No lo haré, perdón... Perdóname.

– Nick..., sólo quiero advertirte que si me insultas, o me golpeas, o te aprovechas de mí en algún momento... –lo amenazo con lo único que tengo a mi favor–: te juro que tú y yo terminamos.

– No lo haré –me asegura–, te lo prometo.

– Bien –le creo.

Estamos en silencio y abrazándonos en lo que queda de tiempo.

Sarah, Carolina y Raúl no están en casa. A penas van a ser las doce y Raúl tiene cursos hasta las cinco, contando con los servicios, y las chicas vienen hasta las diez de sus trabajos.

Por primera vez tenemos el departamento para nosotros.

Así Son Las Cosas [Así somos #1] ✔️Where stories live. Discover now