80. Limpia tu mierdero, Miel

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Ya en la tina, Nick me lava mi cabello con suaves masajes y constante espuma. Toma la jarra de cristal que tenemos en nuestra mesa de jabones y deja que el agua me caiga por toda la cabeza a modo de regadera y me termina por lavar el pelo. Me sujeto a mis rodillas por si se le ocurre meter la mano en mis senos. Mi pelo castaño –que ahora se ha tornado obscuro– me lo coloca en uno de mis hombros. Se pega más a mí y me besa la espalda.

     Volteo mi cabeza al instante en que siento que sus besos se triplican. Se detiene a mirarme con la misma sonrisa y me regala un beso tierno en los labios. En menos de un minuto, ya me estoy poniendo al otro lado de la tina, con ambas piernas abiertas. Nick no tarda nada en ponerse el condón y en ponerme encima de él para que lo monte.

     Nick no tarda en entornar los ojos y en sujetarme la espalda húmeda con sus manos llenas de espuma. Me masajea lo glúteos y se mueve conmigo. Me aferro a sus bíceps y a su pelo, dejo caer la cabeza en su hombro, Nick me abraza y se mueve con más intensidad, mientras mantengo la mirada en el agua, me percato del ruido que se produce por culpa de nuestros movimientos; el agua de la tina pronto empieza a descender y caer en forma de cascada.

–      ¿Estás bien? –pregunta al notar que mi cuerpo ya no se mueve como el suyo.

–      Sí.

     Estoy bien, un poco adolorida, pero no tanto como para pedirle que pare. Sin embargo, cuando siento un dolor punzante abrirse más allá de lo que conocía, es cuando no puedo evitar poner mí mueca congoja. Duele.

–      ¿Te estoy lastimando? –pregunta preocupado, mientras su pecho sube y baja con el mío.

–      No, no me lastimaste. Se siente raro, como si tú... –me apeno–, como si estuvieras más adentro.

–      Es normal –me besa la frente sudada y la pega a la mía–, tranquila mi amor, tranquila, amor –dice al mismo tiempo en que comienza a moverse con más calma–. Relajate, amor. Te amo, Miel –susurra en mi oído–, te amo tanto, amor.

–      Te amo, Nick.

     No me salen tantas palabras bonitas como me hubieran gustado, pero parece bastarle con que diga que lo quiera. Me siento virgen otra vez cuando se mueve con cuidado, y cuando me besa con ternura por toda la comisura de la boca, las mariposas vuelven al ataque.

     Cuando termina, tira el condón en el bote del baño y me envuelve con una toalla. Él se pasa una por la cintura y me besa las mejillas rojas. Cuando me termino de secar, me quito la toalla blanca y voy con mi pelo, Nick me mira sin decir nada y expresar sonido alguno. Me hecho la crema humectante por todas partes, tomo unos calzones del ropero que tenemos en el baño y me pongo mi camiseta preferida holgada.

     Nick se duerme sobre mis piernas, abrazado a mi cintura, mientras termino de leer Diablo Guardián. Mi subconsciente, amablemente me recuerda que no puedo terminar la lectura por culpa de mi padre. Lo recuerdo.

     Estaba sentada, en mi mecedora favorita de mi cuarto, con el libro en perfectas condiciones en mis manos. Mis hermanos se habían ido desde hace siete años, y yo tenía doce cuando ahorre suficiente dinero de mi beca y me compré el libro del que todo el mundo hablaba en Twitter.

     Al leerlo, las palabras me contaban la historia de mi vida. No digo que un día de estos fuera a ser yo la mujer que se vaya y le robé a todo el mundo y que al final me vengue y le diga a mis padres: jodanse. Admito que la idea era bastante tentadora, considerando la situación en la que me encontraba. Si no que, al leer todo, con la punta de mis dedos en las esquinas y con las lagrimas en las líneas de las pestañas, pude sentir claramente en mi corazón decir: <<Esto lo hizo para gente como tú, hay más y habrá más>>. Lo supe entonces, y desde entonces lo sé. Algunas personas nacen para hacer magia. Lo sé.

     La puerta de la casa se abrió al momento de terminar de escribir mis pensamientos en las fieles palabras de mi mejor amigo. Escuche que mi padre roncaba en su habitación, mientras, yo terminaba de subrayar las frases que más me gustaban y a terminar de poner notas adhesivas en las esquinas de las hojas en donde éstas se encontraban. El libro quedó más grueso de lo normal, y lo guarde con cuidado en mi baúl de madera pintado de rosa (eso fue antes de descubrir que me gustaba el morado) y me dormí con los shorts naranjas, que no sabía que iban a ser quemados por mi padre dos años después.

     Fui a la escuela, hablé con Estela y con otras chicas, sin saber que ella planeaba matarse dentro de seis meses, me fui directo a mi casa. Cuando entre por la puerta de mi cuarto, vi mis mejores cosas destruidas, mis manualidades de papel habían sido cortadas y escupidas, mi ropa también tuvo mal olor por dos semanas, mis peluches y mi casita de muñecas favorita también estaban el piso. ¿Por qué? Fue cuando mis ojos se posaron en mi baúl, tirado a modo: pateado, y mis copias favoritas también estaban semi destruidas y mojadas, incluida a mi mejor amigo. Diablo Guardián estaba con la tapa arrancada, las páginas y las notas hechas bolitas y en trozos de ira, y las mejores partes ya no estaban conmigo. Fue como si me quitaran al amor de mi vida.

     Mi padre entró cuando estaba apunto de derramar una lagrima; yo estaba de rodillas tratando de salvarle la vida a mis mejores años; él tenía sus pantalones manchados del trabajo, con una camiseta blanca que le quedaba como babero por su enorme panza, y tenía una botella de licor –ahora no recuerdo de qué– medio vacía. Estaba un poco ebrio, pero no tanto como la evidencia me lo demostraba en sus manos, y en su locura por destrozar mi vida. Me destruyó la vida. Y, ¿saben qué dijo?

–      Limpia tu mierda, Miel.

     Se fue segundos después, sin importarle que me estuviera pudriendo, sin importarle que me había roto con cada pedazo que hallaba en el suelo, sin importarle lo mucho que mi cordura ya estaba por los suelos, sin importarle que mi vida fuera un infierno y que mis libros fueran lo único terapéutico en mi vida que me brindaba un poco de paz.

     Amaba ese libro, ¿saben las partes que más me gustaban? En las que Violetta expresaba su odio por Nefastófeles, y lo decía con tanta seguridad, con tanto odio que... sentí que era yo la que lo decía, pero no a cualquiera, a mi padre específicamente. Pude ahorrar y comprar otro, pero me arrebataron el primero al que le puse tanto entusiasmo, tanto amor, y tanta compasión. Ya no sentí lo mismo. Había una cicatriz, una grieta, una mala semilla en mi interior que me prohibía ser feliz.

Así Son Las Cosas [Así somos #1] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora