46. Gracias por no decir que soy una chica fácil

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Me despierto sin noticia alguna de Nick. Ayer no me respondió el mensaje de buenas noches, y lo sé, porque me desperté por un vaso de agua a las once y ni siquiera lo había leído. Estoy enojada y distraída, tanto, que me corto al pasar el rastrillo por mis piernas; no es una cortada grande, pero sí duele un poco al ponerme mi crema humectante.

Reviso mi celular una vez más, pero no hay nada.

Por poco me olvido que tengo el pelo húmedo y los pies descalzos. Le hago mi tratamiento normal y me calzo unas nuevas botas negras.

Ni el desayuno me sabe del todo bien cuando desciende por mi garganta. Me preocupa que no me conteste y que no me hable. Ayer estábamos bien, ¿por qué cambio todo?

– ¡Nos vemos a las nueve en casa! –nos grita Carolina por la ventanilla.

Lo busco con la mirada por los pasillos, pero nada. Reviso mi celular una vez más, pero nada.

– ¿A quién buscas?

– A nadie –digo al tiempo en que guardo el celular.

– Creo que el maestro de Cálculo no va a llegar a la primera clase.

– Ah.

– ¿Podemos tomar un café o algo si quieres?

– Odio el café.

– Que rara eres, Meli. A tu edad, yo bebía como tres tazas de café.

– ¿A mi edad?

A veces se me olvida que Raúl tiene veintitrés años.

– Tenemos que hablar de la fiesta.

– No quiero saber nada con respecto a eso.

– Me porte muy mal.

– ¿En serio? –pregunto con escarnio.

– No era mi intención; pero tienes que admitir que mi mamá a veces puede ser un poco fastidiosa –se ríe en un intento de que todo quede olvidado.

– ¿Acaso estas tratando de hecharle la culpa a tu madre por tus equivocaciones?... Por favor, no seas tan corriente.

Lo que me dijo fue horrible, en parte cierta, pero eso no quita que haya sido horrible: <<¿Por qué te metes en lo que no te importa? Ni siquiera eres de esta familia.>>

– ¿<<Corriente>>? Aquí la corriente eres tu –me acusa–. Te crees mucho por tus cosas insignificantes.

Voy diez pasos delante de él. Ya tengo suficiente de su estúpida forma de hecharle la culpa a todos los que le rodean.

– Piensas que tus libros y tus poemas son algo extraordinario –se burla–. Piensas que eres inteligente por leer y por creer que eres superior a los demás. Te crees mucho por venir de un pueblo de mierda y por tener una familia recalcitrante que sólo se la pasa burlandose de todos.

– ¿Terminaste?

Estoy en la puerta de mi salón.

– Sí.

– Bien, porque me importa muy poco lo que opines acerca de mí y lo que digan los demás también. Soy buena. Soy inteligente. No me hago, ni me creo. Sé lo que soy y también para donde voy y con quien. Si en algún momento pensaste que no, entonces lo siento mucho por tu falta de vision.

– Eres una presumida –replica.

– ¿Qué adulto actúa de esa forma? –le pregunto con todo el valor que poseo.

Se ha quedado mudo.

– Por eso no tienes amigos –dice por fin–, nadie quisiera estar con una chica como tú. Eres tremendamente difícil.

– Gracias por no decir que soy una chica fácil.

– Daniela y Gabriel son mejor compañía de la que tú podrás ser algún día.

– ¿<<Daniela y Gabriel>>? –me río–. Será porque ellos no son amigos, idiota. Son incordios.

– Mi madre tenía razón acerca de ti.

– Ah, gracias –digo con ironía–, me da gusto que alguien sepa la clase de persona en la que me convierto cuando me están jodiendo.

– Eres una... Eres una..., una...

– Ay, Dios... Otra vez... Qué flojera.

Lo dejo con la palabra en la boca y con la mente en blanco cuando finalmente paso al salón. Se va hechando humo y maldiciendo mi nombre una y otra vez por su falta de creatividad. Hasta para insultar hay que ser un poquito inteligente.

Cuando me siento en una mesa pegada a la ventana, me llega un mensaje de parte de mi madre:

Miel, tu padre planea ir a verte.

<<¡¿Qué?!>>

No.

Hija, tu padre ya cambio. Quiere recompensar el tiempo perdido.

No. No me vuelvas a mandar un mensaje, mamá. Hablo en serio.

Estoy con la paciencia en un hilo y con unas ganas de gritar por lo que mi padre trata de hacerme. ¿Por qué no me deja en paz?

– ¿Es que no me pueden dar una maldita semana en paz?

– ¿Quién?

– Cielos, Daniel. –Doy un brinco en mi asiento por la impresión. ¿Cuánto tiempo lleva ahí?

– Lo siento –dice al ver mi respiración agitada–, no quería asustarte.

– No, perdóname tú a mí. No era mi intención asustarme por nada.

– ¿Problemas? –pregunta al momento de sentarse.

– No. Bueno..., no.

– ¿Segura?

– Sí.

Dicho esto, saco mis apuntes de esta clase y pongo mi lápiz y pluma negra en la mesa. Daniel me observa con una ceja encarnada cuando me ve poner mis cosas en perfecto orden y después volver a guardar unas cuantas que no necesitaba en esta materia. Sigo distraída.

Una chica con el uniforme en perfectas condiciones entra por la puerta del salón con su celular en manos. Dice que el maestro no vendrá en toda la semana por asuntos familiares y nos desea un buen día.

– Bueno, pues... ¿Quieres ir a almorzar conmigo?

– Bueno...

>>Estoy a punto de rechazarlo, pero viéndolo bien, no me apetece ir a la biblioteca y quedarme sola leyendo. Wow. Hace unos días habría jurado que no me importaba estar sola, y que habría sido lo mejor no tener compañía nunca en la vida; pero en estos días, Nick ha podido cambiar mi perspectiva con respecto a todo lo que me rodea. Me gusta tanto que no puedo estar enojada con él tanto tiempo. La amistad de Raúl se ha ido al traste, y Nick no me ha mandado siquiera una disculpa por no contestar. Daniel y yo podemos pasar una tarde juntos después de todo el desastre de la fiesta; sé que está enamorado de mí, y puede que esté sea un buen momento para decirle que no puedo corresponder a sus sentimientos. Si sólo vamos a estar él y yo, pues bien.

– Sí, ¿por qué no?

Así Son Las Cosas [Así somos #1] ✔️Where stories live. Discover now