79. Feliz cumpleaños

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1 semana después.

     El resto del domingo lo pasamos en el parque –que es también nuestro lugar favorito–, el orquideario se convirtió en un lugar sagrado para ambos y los campos verdes son perfectos para que pasemos el rato. Cada uno con su libro favorito, o a veces compartimos uno; es fácil librarme los fines de semana, pero era difícil hacerlo en la universidad.

     La primera semana pasó volando. Ibamos y veníamos a todos lados. Nick resultó ser mejor cocinero de lo que pude haber pensado. Todas las mañanas me despertaba con besos en mi espalda, cuello, piernas y pecho; le gusta conectar los lunares de mi cuerpo. Se metió a la regadera conmigo, más veces de las que pude contar; ni siquiera podía bañarme bien, porque su mirada hacia mí me ponía nerviosa; rompimos la base que sujeta los champús y los estropajos; la banca que combina perfecto con la regadera no tenía propósito alguno para nosotros. Claro que ese pensamiento vino antes de que Nick pudiera hacerme el amor en el pequeño espacio.

     Nunca lo habíamos hecho en una bañera, y mucho menos en una rústica, pero con él la idea me pareció tan divina. Las reglas dicen que uno no debe mojarse el pelo, pero ninguno leyó el manual antes de dar el primer salto, así que hemos roto todas las reglas. La espuma fue extraña y la química un poco más, dado que nunca antes lo había montado, y mucho menos en una bañera. Se sintió un tanto extraño, pero no tanto como para no volver a hacerlo. Comimos una extraña mezcla de queso y elote que a ninguno de los dos nos gustó realmente, así que terminamos por ordenar pizza.

     Por fortuna, mi padre entendió la indirecta acerca de que no quiero ninguna relación con él, así que ha dejado de llamarme en los últimos tres días; creía que lo había dejado desde el primer día en que nací. Una vez me pasé por ahí cuando quería recoger un par de libros –con la excusa de darlos en el seminario del curso–, y me encontré con la peor discusión por cuenta de Carolina y Raúl; según él: su madre es una controladora; según ella: su hijo es un inmaduro. Me da igual lo que Raúl haga o deje de hacer, y también me da igual lo que Lucía haga o deje de hacer; si no se mete con mi novio entonces todo está bien. Una cosa: si Carolina se pone como una niña berrinchuda cuando trata con su relación, la mía no será tema mal visto. He estado debatiéndome si en decirle o no sobre lo mío con Nick. Él ya se lo dijo a su familia, así que yo también deberé hacerlo.

     Hoy es el día. Es la mañana de mi cumpleaños y –como suele ser costumbre–, mi despertador me dará el <<Feliz Cumpleaños>> a modo de piano. Sólo que esta vez, no es el típico sonido de mi celular el que me despierta, no estoy al alba por los gritos de mis padres, no es el llanto quedo, no es ninguna de esas cosas, esta vez..., es él. Nick me despierta.

     Siento sus suaves besos sobre mi mejilla, su respiración en mi oído, y sus dulce voz susurrando:

–      Buenos días, princesa.

–      Buenos días –Está reclinado sobre un codo para no aplastarme, y su melena rubia está despeinada como la mía–. Antes de que digas el "feliz cumpleaños", quiero que sepas que hoy no planeo levantarme más que para desayunar, ir al baño, o tomar un libro para leer.

–      ¿Eso quieres hacer hoy? –pregunta poco crédulo ante mis demandas.

–      Sí.

–      ¿Los regalos están permitidos?

–      ¿Me compraste algo? –alucino. Después, con una voz en broma de queja añado–: Te dije que no quería obsequios.

–      Que bien, porque éste no es un "obsequio" –dice al hacer comillas en la palabra.

     Nick se incorpora y va al otro extremo de la cama, en donde tenemos otra mesita de noche, saca un envoltorio morado, con una de mis cintas para el pelo sujetando el papel. El objeto no es grande, y es algo flácido, así que dudo mucho que sea demasiado caro; personalmente, nunca me han gustado los regalos, y mucho menos los que son caros. Una vez, mi tía me dio una bonita falda pegada que me llegaba a la altura de las rodillas, pero con el pasó del tiempo, dejo de quedarme..., así que la convertí en bolso de mano.

–      No es un "obsequio" –lo imito con las comillas al momento de incorporarme.

–      No, no lo es.

–      ¿Qué será? ¿Qué será? –pregunto para mí misma mientras quito cuidadosamente el papel del "no obsequio".

     La sonrisa que tengo pronto se desvanece cuando me doy cuenta del regalo que tengo en la palma de mi mano. La rosa con cadena de oro que había observado en el aparador del centro comercial, está aquí, en mis manos. La misma rosa que me hizo poner los ojos en blanco por ser tan cursi como regalo de cumpleaños, está aquí, en mis manos. Acaricio los pétalos rosas con la uña de mi dedo índice, paso con cuidado la perla que está posada al frente de ésta. Este es el mejor regalo que alguien me ha dado. Él es el mejor regalo que alguien alguna vez me pudo haber presentado.

–      ¡Oh, por...! –no puedo articular palabra– ¡Oh, cielos! ¡Ay, cielos!

–      ¿Te gusta? –pregunta con una sonrisa picarona.

–      ¡Me encanta! ¡¿Cómo lo supiste?!

–      Te vi observando la rosa en el aparador. Cuando fuiste al baño, me acerque al encargado, he hicimos un buen trato.

–      ¿La apartaste?

–      En pocas palabras.

–      Este es el mejor regalo de cumpleaños que me han dado –digo al momento de tomar él colgante–. Nunca me lo voy a quitar.

–      ¿Nunca? –pregunta con una sonrisa que muestra todos y sus perfectos colmillos.

     Quiero decirle: <<No, tonto, obviamente cuando me bañe o me duerma me lo quito>>. Pero algo me dice que no sólo habla de las pequeñas cosas, si no también de las más grandes y representativas; mi Nick no me daría nunca un anillo, o me dará los clásicos votos matrimoniales; pero sé que que me esta dando la promesa más pura, que me da la pauta para nuestra relación, que me da la seguridad que realmente quiero, la que me gusta a modo cursi.

–      Nunca me lo voy a quitar –afirmo muy segura y poniéndome el colgante–. Este es el mejor regalo del mundo.

–      No es para tanto.

     Mejor lo dejo; de entrada sé que a los hombres se les da mal eso de expresar sus sentimientos. Nick tiene veinticinco, así que a un adulto ya se le hace complicado. Tengo veinte, y los seis años se convierten en cinco, así que lo nuestro no es tan grande para hacer tema de bullicio.

     Le beso el lunar que tiene en el cuello y los labios. Me aventuro a besarle el que tiene cerca de las cejas, pero sus grandes manos pronto me toman de las caderas y me terminan por aventar a la cama. Me quejo y me rio en respuesta y él no pierde el tiempo en quitarme la camiseta y los calzones. Nick se quita el bóxer y toma el condón de la mesita de noche.

     Mantengo los ojos cerrados, mientras me embiste a un modo delicioso y me besa en todas partes del rostro con un ritmo exquisito. Gimo y él me embiste con más ímpetu. Grito y él me besa para amortiguar el ruido. Siento sus suaves golpes a mi clítoris y el sudor de sus labios en mi cuello. Trago saliva en cuanto siento que palpita en mí, y arqueo la espalda cuando siento venir el orgasmo; pero estar a punto de venirnos al mismo tiempo, no es lo que me hace abrir los ojos, sino la canción de Lorde: Buzzcut Season –siempre suena cuando alguien me llama–. Maldición.

     Nick no deja de embestirme y tampoco deja que me mueva. Me toma de ambas manos y me obliga a que lo mire.

–      No contestes –pide a trompicones–. No... contestes, amor.

     Suelto hasta el último de mis gritos y él me sigue con la boca pegada a la mía en un intento por callar mi segundo orgasmo. Cuando ambos terminamos, Nick me da un minuto para disfrutar de él por más tiempo y se queda reposado en mi cuerpo. Me embiste levemente al cabo de unos segundos, se me escapan varios gemidos por su arrebato y me concentro en el blanco techo mientras mis ojos se van cerrando y su ritmo se va normalizando.

Así Son Las Cosas [Así somos #1] ✔️Where stories live. Discover now