5. Eres hermosa

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Salimos del departamento, rumbo a una plaza... de la que nunca he oído hablar. Al caminar por sus pisos, las personas me miran de una manera extraña, como si creyeran que fuera a saltarles encima, o, a enloquecer enfrente de sus narices. Siento la mirada juzgona, de cada uno de ellos, dirigida a mi cara o a mi ropa, haciéndome sentir incómoda y cohibida hasta de mis propias pisadas, o, manera de caminar. Estoy nerviosa.

La angustia se apodera de mí, sin que pueda impedirlo. Mi respiración se agita, pero intento controlar mi inhalación y exhalación, con cada paso que doy. Escucho los latidos de mi alborotado corazón en todo el trayecto, y el vomito en mi garganta amenaza mis adentros.

—Primero, vamos a que te hagan un despunte en una estética a la que le tengo mucha fe —me informa Sarah, al seguir caminando.

Eso me devuelve a la vida real.

—Sí, gracias... por sacarme, y ser tan amable conmigo.

—Ay, Meli, no tienes nada que agradecer.

No le creo, pero, de todas formas, asiento en respuesta.

🎧🧩🎤

El lugar a donde me lleva, para el corte de pelo, no está nada mal. No soy de esas chicas que conocen demasiado sobre el mundo de los cortes femeninos de la última moda; pero... este lugar es bonito. Espejos con luces adornando sus paredes, mujeres que te atienden con una sonrisa amistosa y contagiosa. También hacen pedicura y manicura, además de pintarte el pelo y brindarte un tratamiento con cremas o acondicionadores. Incluso tienen una de esas secadoras que te ponen en la cabeza —cuyo nombre desconozco—, y rollos para el pelo como los de Doña Florinda.

Me quito el suéter, lo doblo y coloco en una silla de espera. La chica que me atiende tiene el pelo pintado de azul, y una blusa negra con su nombre bordado en color rojo, en donde está su pecho izquierdo.

—¡Qué precioso cabello tienes! —me adula, cuando me siento en la enorme silla giratoria de la estética, frente al espejo.

—Gracias.

—No, lo digo de verdad —se apresura a aclararme—. Tu cabello se ve negro a primera vista, pero... si le prestas atención a los detalles, es castaño. Y... cuando entraste por esa puerta, a la luz del sol, asemejó un tono rubio.

Me sonrojo ante sus halagos, y le vuelvo a dar las gracias. No puedo creer que, en serio, vaya a dejar que alguien, además de mí, corte mi pelo. Nunca he dejado que nadie toque mi cabello; ni siquiera mi madre lo ha hecho en años. La verdad, es que tengo mis razones, para no dejar que alguien más lo haga. De pequeña, solía caerse en unas partes específicas de mi cabeza, que delataban mi estrés o falta de cuidados de parte de mis padres. Me daba mucha vergüenza que alguien más viera mi alopecia, así que yo solita aprendí a cortarme el cabello.

Un escalofrío recorre mi columna vertebral, cuando recuerdo esos días.

—Además, está muy bien cuidado. Para mi gusto un poco corto en una mujer, pero muy lindo.

Me extrañó que una muchacha extravagante y, tan guapa como ella, me soltara tremendos halagos durante mi corte de pelo. Lo único que no me gustó mientras lo hacía, era la mueca en sus labios, al decir lo corto que de por sí lo tenía. No está tan corto, al menos no para mí: me llega a la altura de los hombros. Es un corte precioso. De donde vengo hace un calor del demonio; éste peinado es perfecto para salir con el pelo suelto a la escuela. Recuerdo que, en la primaria, mis compañeras me envidiaban por llevarlo suelto todo el tiempo, dado que yo no tenía necesidad de recogerlo por el calor.

La chica del pelo azul, me despunta sólo un dedo de mi pelo. Me dijo que no quería dejarme como Blanca Nieves. Nos pintaron las uñas; Sarah: color blanco; y yo: color vino opaco. El servicio completo nos cobró quinientos pesos en total. Me dolió ver que Sarah se gastara su dinero en mí, pero ella dijo que no le importaba, que lo hacía con gusto.

Me compró la ropa que me prometió. Me convenció de llevar dos pares de zapatillas, a pesar de decirle amablemente que no me gustan los tacones. Creo que mi estilo se limita a llevar botas maltrechas con cinta adhesiva, y overoles de cada color; sin embargo, estos pantalones de mezclilla no son tan malos. Cuando vi el trasero oculto reflejado en el espejo, me quedé con la boca abierta. «¿Eso es mío?» No lo había notado, pero tengo un trasero gordito y respingón. Muy bonito. También compramos unas cuantas blusas sin imágenes o adornos —porque vestir una de esas me choca—, y comprobé que mis pechos escondidos por la ropa holgada, tienen un aspecto firme y saludador. Me reí y sonrojé al ver a la chica que tuve delante del espejo; no parecía yo, pero al mismo tiempo... sí. Fue extraño conocer a la parte intermedia de mí.

Me invita la comida. Me lanza uno que otro piropo por el lunar en la comisura de mis labios, y, me sonrojo porque se toma tantas libertades para decirme lo bonita que soy.

—Ésta crema de mariscos es deliciosa. —Mi estómago lo agradece. No recuerdo la última vez que tuve un día de compras; creo que nunca.

—Me alegra que te gustara, Meli. Eres una chica afortunada, tú apenas estás iniciando una nueva faceta en tu vida. Me dan ganas de entrar a la universidad otra vez —me confiesa.

Me pregunta un par de cosas acerca de mi vida, de mis planes para el futuro, de las cosas que me gustan, de lo que opino de mis padres (en esa tuve que mentir). Entre otras preguntas, súper incómodas, me confiesa que ella trabaja en una empresa como Administradora, y que Carolina trabaja como Actuaría. También me dice que planea casarse con ella, quiere llevársela a una casa grande, y adoptar a una niña. Ésta mujer tiene toda su vida planeada, me da algo de envidia.

—Disculpa a Carol..., por lo que dijo esta mañana —dice en un tono apenado, como si hubiese sido ella la que me ofendió, en lugar de su querida novia.

—Está bien.

—No lo está. Ella no es así de... directa, y tampoco tan... recta.

«Directa», o, «recta», no son los adjetivos que se me vienen a la mente, cuando pienso en Carolina. Usaría otros para describirla; pero ella es su novia, y probablemente esté endulzando sus palabras, para llevar una conversación en paz conmigo. Y no debo olvidar que soy una huésped en su departamento, así que debo controlar lo que digo y con quien lo hablo.

—Entiendo.

—Cuando se pone nerviosa, no piensa lo que dice —intenta excusarla, pero creo que ni ella sabe cómo.

Le quito sal a la herida, al decir:

—Cuando me pongo nerviosa... me sonrojo, como hoy... porque todos me miran de una manera...

—¿Singular? —Termina la oración por mí.

—Yo diría: impropia; pero sí, también acepto «singular».

—Te miran porque eres hermosa.

El comentario me hace gracia, y la manera tan confiada en cómo lo dice, también. No soy «hermosa», al menos no tanto como las demás chicas que caminan por este centro comercial; unas cuantas me miran con aire de suficiencia, y otras critican mi atuendo como si fuese radiactivo, o, creyeran que por acercarse a mí les pegaré algo. Da igual. Me pregunto: ¿cómo serán las chicas de mi universidad? ¿Serán amables? ¿Se burlarán de mí? No tendrán una manía por la chica nueva proveniente de otro mundo completamente distinto al suyo... ¿O sí?

El día pasó volando, también el espacio en el auto. La música de fondo es de Katy Perry. Sarah canta la letra de E.T a todo pulmón, e intenta que yo también cante, pero no cedo. Al acabar esa canción, pone música de Taylor Swift y de Ariana Grande, pero tampoco canto ninguna de sus canciones. Personalmente, sólo me gustan tres canciones que escucho todo el tiempo en mi celular. All I Want, de la banda Kodaline. Saturn, de Sleeping at Last. For Someone, de Flora Cash. Esas son las únicas canciones que me gustan. Podría escucharlas todo el día y jamás me aburriría.

🎧🧩🎤

Así Son Las Cosas [Así somos #1] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora