Prólogo

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¿En qué momento llegué a esto? ¿Por qué estaba haciéndolo? No debí involucrarme con ellos. Debí seguir siendo la persona asocial, antipática, la que se encerraba en libros ignorando todo su entorno. Pero ahora era mi vida la que se tornaba negra y con un futuro distante a lo que quería. No entendía nada, ni la vida, ¿Hacia dónde iba? Creí que los sentimientos humanos eran poderosos pero para mí, habían destruido lo que era. No diría que no me encantaba. Tal vez por dentro y en esencia esto estaba guardado, reprimido... Pero vino él.

¿Y quién era él para cambiar todo en un chasquido? Era la fuerza más poderosa que se había cruzado en mi camino, iba en contra de todo lo que es bueno, y aún así, no entendí como hizo que todo lo malo luciera perfecto. La palabra perfección tenía otro significado para él. Era un infierno, una agonía, una adrenalina, un impulso, un odio, una fantasía, pero no dejaba de ser obligatorio. ¿Para que servía la mente? ¿Para reflexionar como lo estaba haciendo ahora, hablando conmigo misma sin dejar de pisar el acelerador? Debía detenerme, no debía hacerlo.

Lo veía como a un ser que no merecía estar aquí, ya no me importaba su belleza, ni su silencio, solo quería que estuviera en el infierno, pero tampoco entendí como me preparó. La que debía estar pudriéndose era yo porque fué eso precisamente lo que me atrapó, yo también llegaba a un éxtasis descomunal sabiendo que muchas cosas estaban mal, era algo que quemaba y aún así me gustaba ver todo arder a nuestro alrededor. ¿Por qué cambió mi concepto sobre el arte? Ahora no me gustaba nada que estuviera de una sola forma, quería que todo se saliera de control y era contradictorio, deseaba salir de este desastre.

La verdadera razón por la que mis lágrimas no se detenían era porque quería parar... No hacer nada, solo respirar y levantarme sin saber que destrocé mi vida y estaba a punto de destrozar otra. La ansiedad carcomía cada uno de mis pensamientos, mi corazón latía como nunca antes, amenazándome con un infarto, como si nunca hubiera hecho algo tan malo, sintiendo el pánico nublar mi vista, ¿Y al siguiente día?

Seguiría fingiendo que leía libros, que no sabía nada sabiendo todo.

Sus preguntas hace un par de días:

-¿Y tú qué buscas exactamente? ¿Por qué funcionas como un imán? Mejor dicho... ¿Por qué haces ver mi visión como un rompecabezas, y tú resultas ser la pieza faltante? Esto no es algo que le gustaría a una mujer con dignidad y aún así aceptas, no importa si hay personas o vidas en el medio, igual lo haces, ¿Por qué?

-¿Amor? No, obvio que no es amor, -le respondí sin dudar ni un segundo mientras él miraba algunas estrellas desde la azotea de su casa, nos encontrábamos acostados en el suelo y yo giré un poco mi cabeza para observarle mejor. ¿Estaría preparado para lo que le iba a decir? ¿Lo entendería? . -Yo no estoy enamorada de ti, esto es extraño pero contigo solo quiero victorias y derrotas, quiero caricias, besos y destruirnos en pedazos. No busco la eternidad contigo, solo busco con quién bailar en el fuego. Quiero observar como me observas mientras cometemos daños desproporcionados. Solo quiero una huella y un infinito con esta historia, con nuestra historia para cuando termine. No quiero morir a tu lado, solo quiero morir arrepentida. Quiero arrepentirme de ti y de que te cruzaras en mi camino.

Él suspiró con una sonrisa que reflejó lo que para sus oídos era un poema.

-¿Ahora te gusta el realismo sucio? La literatura y los libros se te dan muy bien -Su voz estaba llena de egocentrismo, su voz me lanzaba a un abismo, a la desgracia y la perdición. Lo admiraba. -Eres lo que buscaba, explicas mi mundo a la medida.

Regresé al presente y me di cuenta de mi espejismo, de que mi mente lanzó lo que sería uno de mis mejores recuerdos, él me entendía, aunque quería que me soltara, pero si me soltaba iba a querer que me sostuviera y si algo aprendió conmigo, es que soy difícil de sostener.

Pero aquí estaba en el auto, llorando a litros, sujetando el volante con una fuerza casi anormal, con ganas de gritar o de decir "basta". Sentí cada segundo más rápido, tan rápido como los kilómetros que alcanzaba en velocidad, como la lluvia que casi no me dejaba ver en esta noche de neblina. Sentía una vida fría como el humo que salía por mi boca mientras mis labios temblaban, rotos, resecos y que se humedecían solo con mis lágrimas saladas.

La oscuridad solía ser mi lugar favorito, pero esta vez esa oscuridad sería testigo de lo que estaba a punto de hacer.
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