Capítulo 23: Defensiva

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Haley Bullock:

¿Eran más de tres mil metros de altura? No dejaba de soltar los peores gritos de mi vida, hasta el punto de que la garganta comenzó a dolerme con sufrimiento. No por eso dejé de desahogar todo, así mi voz se desgarrara hasta perderla. Descendíamos a una velocidad que debido a la concentración de mi propio juicio, que casi se esfumaba, solo mantenía en su centro un hipotético impacto, la muerte...

Moría. Mientras la aceleración y el viento feroz, cruel, irracional y brutal, se incrustaba en cada parte de mi realidad, mi visión sobre la vida se fue por la borda. Nada tenía sentido, la trayectoria de mi existencia se sintió insignificante a medida que nuestros cuerpos se acercaban con verdadera intensidad.

No supe qué maniobra hizo Ashton, pero logró girarnos con impulsividad y ahora caíamos de espaldas. Con esa vuelta incompleta, mi panorama quedó hacia el cielo, que se alejaba con rudeza después de haberlo rozado con aquel globo aerostático. En cada segundo se volvía más y más diminuto tras la distancia que recorríamos. Mi pulso se aceleró, mi corazón bombeaba sangre con total agresividad hasta sentir que la cabeza me estallaría. Me faltaba el aire porque mi organismo aparentaba desligarse del oxígeno

La adrenalina estallaba dentro de mi sistema. Creo que no me desmayé porque preveía la distancia de la tierra acercándose, lo que me mantenía con una expectativa desesperante. Proyectaba una colisión sobre ella, que se volvió una intriga agonizante. Esto se convirtió en siglos desde mi percepción alterada. Cada acrobacia por parte de él duraba poco. Volvió a girar con salvajismo y ahora tenía la superficie del suelo ante mí, aproximándose como como un juicio de la muerte. La brisa pegó a kilómetros por hora sobre mi rostro y cuerpo, debido a la gravedad tan absoluta del planeta tierra.

-¡¡¡Aaaaaaaaaah!!! ¡Voy a morir en manos de un enfermo mental! ¡Nunca conocí a mi escritor favorito! -¿Qué? ¿En serio no pude gritar otra cosa? El último objetivo de Ashton fue volverme una desquiciada, sin duda.

Por un momento pensé que volábamos, porque en cierto punto se asemejaba, pero cuando recordaba que no nos deteníamos, que ahora la visión de ciertos objetos, estructuras y bosques se visibilizaban como los fantasmas del infierno o lo último que vería, el pánico regresaba para tragarme viva.

En una circunstancia planificada, y sin terror hacia las alturas, habría sido grandioso. Todo el panorama habría sido perfecto, precioso, hasta llegar a sentirme como las aves o como si estuviera cumpliendo ese utópico sueño de volar. La verdad es que desde la cima, cada cosa sobre la superficie terrestre se percibían como la fantasía misma, era para no creérselo. De seguro todo eso, aparte de la adrenalina, era lo que empujaba a los paracaidistas a recurrir una y otra vez a la actividad.

Cuando realmente pareció que no debíamos estar más cerca de las copas de los árboles, pero con una distancia igual de aterradora, un sonido tras nosotros se interpuso entre la brisa. Mis nervios, que me llevaban ante el colapso y las ganas de vomitar, no prestaron atención a lo que pasaba.

-¡Haley! ¡El paracaídas no abrió y el de emergencias tampoco! -las palabras más siniestras que escuché salir de su boca. De todas las que me dijo desde nuestro primer encuentro, ninguna tuvo la capacidad de hacerme revolver el estómago, paralizar mi consciencia e incluso darme cuenta de que la humanidad era solo un espejismo, y mi vida un simple sueño hecho de mentiras. Ashton sonaba tan asustado como yo.

-¡Aaaaaaaah! -de nuevo terminé por destrozar mi voz-. ¡Eres un maldito incapaz! ¡Rata inmunda! ¡Basura podrida! ¡Inepto de mierdaaaa!

El final de la palabra fue alargada. Me rendí soltando llantos ensordecedores y repitiendo como una loca que no quería morir. De pronto, nuestro descenso apresurado se detuvo de golpe porque el gran paracaídas se abrió majestuoso. Exhalé una bocanada de aire.

Lunenburg©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora