Capítulo 18: Laberinto y escape (Parte I)

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Jinny Spinster:

—¡Jinny, realmente necesito que estés lista! Me importa poco si te lo tomas a la ligera —mientras más escuchaba sus órdenes, más a la ligera me lo tomaba—. ¡Por última vez te lo digo, no me causes problemas!

Mi madre, Alaska Spinster, llevaba diamantes costosos en su cuello, traídos de Botsuana y con un valor imposible de pagar, sus aretes fueron comprados en una subasta en Europa del este y toda su vestimenta provenía de los mejores asesores de la ciudad, que no dejaban de apostarle a los vestidos apretados hasta el tobillo en color verde oscuro. Miré su cinturón dorado a través del espejo, donde mi rostro indiferente decidió observar su rostro a través de él.

El hecho de que mamá tuviera los mismos ojos de Zac, no mejoraba la situación. Su elegancia podía envolverte pero al mismo tiempo arrinconarte, hasta el punto de aceptar todo lo que ella dijese. Pude armar una lista de las cosas que no le favorecían: su carácter, sus gritos, sus señalamientos, la terrible impaciencia que conservaba como la de un Dios, su mirada chispeante cuando algo no le gustaba, o sus facciones cambiando a la dureza de una piedra cuando algo no salía como debía.

Era alguien a quien podía amar con todas mis fuerzas, pero al mismo tiempo una persona con la que replanteaba expectativas. Estuvo presente, pero igual de ausente: su proyecto principal fue hacerme como ella, y en el camino la fui perdiendo y nuestra comunicación se fue por la borda. ¿Por qué simplemente no me dejaba ser yo?

Con toda la lentitud del mundo, acerqué el labial a mi labio superior, como si eso fuese a retrasar la dichosa cena.

—No te causo problemas, mamá, el problema lo estás causando tú.

—¿Perdón? —sus cejas no podían bajar más. Supe que estaba a punto de volverse histérica.

—Es tu cena, no la mía... Es tu gran propósito, más no mi objetivo —nunca llegué tan lejos como hoy. No le llevaba tanto la contraria, hasta el instante que comenzó a preparar la magnífica cena.

—¡Hazme el favor Jinny! —bramó sin perder la compostura, pero desafiando con su intransigencia—. ¡Ni una palabra más, te quiero lista en diez minutos!

Me reí y ella entornó sus ojos, sus labios se apretaron y yo guardé el labial con delicadeza. Agradecí que la silla fuese giratoria, sujeté un cuaderno y el lápiz frente al espejo, para después impulsarme y observarla mejor. Estaba hermosa y por esa parte me sentí afortunada, era una lástima que cada vez nos alejábamos más. Crucé mis piernas y asentí.

—En diez minutos no podre terminar el guión. Apenas voy por la probabilidad de conversación número veintidós: los viajes de Goliath y las hazañas de Sean... Cuando Sean me cuente lo bueno que es en la carrera de caballos, ¿qué crees que debería decirle? —mi rostro se iluminó como si llegase una gran idea—. ¡Oh! ¿Cómo crees que debo actuar ante algún chiste?

—¡Te advierto que a mí no me tomarás el pelo como sueles hacerlo con tu padre, ubícate, Jinny, antes que las consecuencias de tus actos...!

—¿Debería reírme así? —la interrumpí con brusquedad y solté una risa muy sonora y actuada, mis dientes relucieron y mis ojos se entrecerraron.

Sabía que sostenía más paciencia de la que solía retener. Casi pude ver el humo brotando de su cuidado cabello. Me señaló con uno de sus dedos y sus dientes se cerraron para darme una advertencia.

—¡Como sigas comportándote de esa forma, te prometo que...!

—¡No! —le corté de nuevo, abriendo mis ojos con sorpresa y haciendo un chasquido. Moví mis manos como una loca para seguir hablando—. Tiene que ser algo mas real, mas cautivador y completamente espontáneo para asegurar el corazoncillo de mi Sean. De pronto algo así...

Lunenburg©Where stories live. Discover now