Capítulo 25: Canterlot

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Jinny Spinster:

Haley me puso en aviso, trató de convencer a Rett de que no le contara sobre mi romance clandestino a mi hermano. Una semana de espera y ya habían pasado dos. Tuve que hacerle creer que la extraña relación con el hijo del alcalde pasaba por un mal momento pero no funcionó. Al final, Haley aceptó mentirle a Rett después de horas de súplicas. Sin embargo, me dejó claro que solamente trataba de posponer un desastre, que para ella resultaba inminente.

Igual para mí. Zac tenía lo necesario para detenerme, y razones no le faltaban, él simplemente quería evitar que me mandaran a noruega. Si para eso tendría que obligarme con sus métodos y Rett de su lado, ambos serían capaces de dejarle puntos claros a Cameron. Mi aventura ya adelantaba su propia fecha de caducidad. Desde un punto de vista menos catastrófico, que Zac lo supiera sería el mejor de los casos, la situación definiría un muro de contención para que mis padres no se enteraran, a costa de hacerme terminar cualquier comunicación con los Dankworth.

Los escenarios dentro de mi imaginación, de por sí negativos, me impulsaban a romper las reglas, acercarme el triple, buscar el riesgo diez veces más que la anterior...

Porque ni siquiera estaba en Lunenburg... me escapé a Canterlot, un pueblo a dos horas de la ciudad. Buscaba de él como si fuera la última vez, consciente de que en cualquier momento lo sería.

Canterlot tenía una atracción principal: el hipódromo Kandor, donde se llevaría la carrera de caballos de la que se habló en la cena con los Armstrong aquel día. La actividad era una cultura completamente tradicional de nuestra ciudad. Todos los años llegaban personas de los rincones del mundo para apostar millones por los competidores. Por eso las mansiones, viñedos y establos, en su mayoría pertenecían a habitantes de Lunenburg.

Y por supuesto debía recalcar que "Asgard" era la propiedad mas grande y costosa de Cameron y su familia, valorada en 3.5 millones de euros. Fue adquirida porque su precio les había parecido atractivo y económico. Algo parecido en una importante ciudad europea, les habría costado el doble.

Mientras la ducha sonaba con fuerza escuché el eco de su voz.

—¿Me pasas el shampoo? No quiero mojar el suelo.

Entré al baño y abrí una de las gavetas. Se lo pasé cuando asomó la cabeza después de deslizar las puertas de vidrio, su contorno se veía borroso a través del cristal empañado, pero bastante prometedor. A pesar de no ver lo suficiente, bajé la mirada hasta sus piernas y fui subiendo lentamente, mordí mi labio inconsciente cuando una tercera parte entre ellas se levantó, y la forma, a pesar de la distorsión, se notaba enorme así que tragué grueso.

—¿Me pedirás que te folle dentro del baño? —regresé a su rostro, que enarcaba una ceja divertido.

—Me largo de aquí —respondí. Escuché la carcajada detrás de mí. Suspiré acalorada en cuanto salí de allí, por ahora nuestros planes eran otros.

Me acerqué a las paredes de vidrio cruzando los brazos. Era un tercer piso. Mis ojos atravesaron el cristal para visualizar el exterior. No sabía calcular las hectáreas que acaparaban la mansión, ni el prado o los jardines alrededor de ella. Se comparaban al campus de una universidad.

La mansión se conectaba a otra a través de un túnel hecho de ladrillos negros y blancos, con una estética perfecta combinada al resto, pero técnicamente era una sola. El túnel se alargaba en el aire desde el segundo piso, que se sostenía en medio por un muro majestuoso hacia la otra estructura enorme. Tenía entendido que no habían habitaciones, de hecho aquella parte de la mansión estaba llena de bares, salones de bailes y de juegos, campos de tenis, piscinas e incluso una gigante pista de hielo artificial.

Lunenburg©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora