Capítulo 27: Destellos

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Jinny Spinster:

—Detente...

Bart observó sobre su hombro sin dejar de apuntar contra mi abdomen, la mano quedó sobre el aire, en pausa. Sus orbes regresaron a mí, y pensé que me apuñalaría delante de Cameron.

—Que inoportuno eres —escupió el menor sin dejar de saborear la idea de acribillar mi cuerpo, lo veía en sus ojos.

—Bart, he dicho que te detengas. No me conviertas en la piedra de tus deleites, al menos que prefieras tu podrido cuerpo bajo tierra. Como llegues a meter la pata me valdrá mierda que seas mi hermano —nunca escuché ese tono en Cameron. Me dio escalofríos a pesar de que aparentaba estar tranquilo.

Bart vaciló unos segundos, como si estuviera decidiendo pasar por alto aquellas advertencias. Sin embargo, la saliva en mi garganta pasó gruesa, sin creer que él estaba suavizando el agarre sobre mi cuello. Volví a respirar, recuperando los segundos en los que mis pulmones casi colapsaron. Coloqué las manos en mi clavícula mientras tosía con agobio. Cameron estiró las manos para señalar que las tomara. Sin superar el pánico de lo que acababa de pasar, llegué a su lugar al pie de la puerta.

No me dejó colocar los dedos sobre su palma. Sin previo aviso, me sujetó por la muñeca, sacándome con apuro de aquella habitación.

—¡Que hijo de puta puede ser el destino! —se quejó entre zancadas—. Lo menos que esperaba era que alguno de ellos estuviese aquí.

Me llevaba a su antojo, haciéndome tropezar varias veces. Cruzó en esquinas diferentes de la casa, entre pasillos lóbregos, sin ningún tipo de luz con la excepción de la luna, que daba pequeños reflejos a través de cada ventana. Aceleró los pasos cuando bajamos unas escaleras en forma de caracol, en un espacio bastante cerrado, con simples paredes de concreto y lámparas de luces débiles. Nunca conocería esta mansión si cada sitio resultaba diferente y enredado, como el laberinto. Salimos por una pequeña puerta que nos llevó a la parte trasera, en el extremo derecho.

Seguimos el camino, a la deriva de sus movimientos. Observé hacia atrás cuando comprendí el sitio por el cual habíamos salido. La puerta era inusualmente pequeña, con la impresión de estar escondida frente a desconocidos. La estructura estaba pegada a otras dos paredes, como si la mansión la quisiera arropar, en forma de una torre de casi once metros.

Su punta, tan puntiaguda como los castillos de las épocas medievales, se alineaba con la luna media sobre los cielos. La escena de nuestros cuerpos andando por los oscuros jardines, casi en dirección al laberinto, arrebató mis emociones como quién recibe una bofetada. Me zafé de sus manos de un solo tirón. Él se giró, frunciendo las cejas, marcando su maxilar.

—Camina —ordenó.

—No

—Jinny, no estoy para tus rabietas —estiró su brazo para sujetarme. Di un paso atrás.

—No me toques —espeté con indiferencia.

—¿Que rayos dices?

—Enséñame tus repugnantes juegos de asesino —respiró hondo cuando expresé aquello—. Porque lo eres. Ustedes están matando a una serie de personas por ocultar quien sabe que mierda.

—Es evidente que viste y escuchaste demasiado.

—Y es evidente que yo soy una enferma por mezclarme con alguien como tú. ¿Como lo hicieron? —estuve a punto de ser asesinada sin piedad. El desequilibrio de emociones me hacía escupir lo primero que se me ocurría.

—¿Hacer qué? —inquirió confundido.

—Diane... ¿Lo disfrutaron? Porque me parece que a Bart le fascina ver como alguien suplica por su vida —la atracción hacia él iba disminuyendo, como el avión al que le fallan los motores en el aire.

Lunenburg©Where stories live. Discover now