Capítulo 2: La habitación

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Haley Bullock:

Tenía dos semanas sin salir de casa, sin siquiera abrir la puerta, no estaba durmiendo ni comiendo bien y dejé de ir a la preparatoria. Mi madre intentó animarme para volver a retomar mi vida, pero apenas observaba mi rostro, decidía dejarme sola cada vez que se lo pedía, casi implorándole.

La parte que más acentuaba mi depresión era cuando llovía. Miraba el techo, mi mente solo pensaba en ella. Estaba desechando toda mi salud mental sobre-pensando las mismas cosas. Decidí coger mi celular y colocarme los audífonos a todo volumen con la canción más triste que tenía. Me acerqué a la ventana y la lluvia no apaciguaba, ni las nubes grises, y tampoco la densa neblina que cubría todo el vecindario.

Comencé a llorar, a querer tenerla cerca, quería que la vida me regresara a Diane. Recordé su rostro, veía imágenes de su sonrisa. Juraba que en mis oídos escuchaba su risa potente y llena de grandes vibras.

No pude más.

Con toda la furia del mundo me alejé de la ventana. Sobre el escritorio tenía un montón de libros, cuadernos, frascos de vidrios y hasta una lámpara que se hicieron un desastre. Destrozaba todo mientras el enojo cubría cada parte de mí. Como pude levanté la misma mesa para golpearla contra la pared. De un manotazo, los cuadros en la pared se encontraron en el piso. Y que decir de los estantes de ropa, con los que causé un estruendo que hicieron temblar la casa, desarreglé la cama y grité.

Caminé de espaldas de forma errática, viendo mi alrededor espantada, apoyando mi espalda de la pared y deslizándome hacia abajo hasta llegar al suelo, con ambas manos cubriendo mis ojos. Si así se sentía desgarrar el alma de una persona, yo estaba a punto de llorar sangre.

"¿Qué acaso los ojos no se cansan? ¿Las lágrimas no piensan tener un final?", pensé.

Tocaron la puerta de mi habitación. No respondí, seguí sin recuperar mi propia respiración. Los toques continuaron más fuertes e insistentes que nunca. Supe quien era, así no respondiera o dijera que me dejaran sola, de igual forma él se impondría como siempre. Abrieron la puerta rotundamente y miré hacia ella.

Antes de decir algo, Zac hizo un recorrido con sus ojos por toda la habitación, pasmado y asombrado. Respiró hondo pasando la mano por su cabello negro, hasta quedarse contemplando el suelo meditabundo. Levantó la mirada, quedando fija en mí. Vestía deportivo: tenis, shorts negros y una franela blanca que estaba mojada en su pecho. Evidentemente venía de su rutina en el gimnasio.

—¿Podemos hablar?

—Hablar se está volviendo un poco forzado para mí —repliqué con una voz tranquila que no contrastaba con mis mejillas, desbordadas en lágrimas.

—¿Conmigo es forzado, Haley? —volvió a preguntar, su mirada denotaba seriedad.

—No, solo necesito tiempo.

—El tiempo está acabando contigo, aquí adentro estás acabando contigo —agregó con la sinceridad que siempre representaba.

—Y que más da, para mí allá afuera todo es un asco —me defendí, sabía porque venía y no quería que siguiera intentando sacarme de mí misma.

—Sabes que no saldré de aquí, ¿verdad? Hasta cambiar lo que sea que estás pensando.

—¡Tú no sabes lo que yo estoy pensando! —refuté, acentuando mi molestia por todo lo que me rodeaba justo ahora.

—¿Eso crees? —levantó una ceja, acercándose a mí en pasos lentos—. ¿Piensas que no sé que ves la vida hecha una mierda? Ahora sientes que más nunca serás complementada con alguien y que la persona que entendía tu mundo a la medida de seguro no la encontrarás en ningún lado. Yo tengo todo el conocimiento de tu conexión inquebrantable sobre la amistad con Diane.

Lunenburg©Where stories live. Discover now