Capítulo 1: Entre neblinas

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16 de septiembre, año incierto.

Haley Bullock:

Era capaz de sentir frío y nada más, sí... Estaba haciendo mucho frío pero me refería a un frío emocional. De un momento a otro todas mis emociones pasaron a ser algo secundario, dejándole el protagonismo a otro tipo de sensaciones que jamás en mi vida había experimentado. ¿Que sucedía?

Me hacía la interrogante en mis alborotados pensamientos hundiendo las cejas un poco, inadvertidamente. Sabía muy bien que estaba inmóvil, se me confundiría con una estatua, no recordaba haber movido ni un dedo del pie desde hace varios minutos. Es que simplemente quería salir de la agonía, del extraño vacío que podía ser comparado con el universo antes de haber sido creado por el mismísimo Dios. Permanecía entre el abismo y las tinieblas.

Lo único que pude sentir aparte de este cruel sentimiento que desgarraba cada parte de mi interior, eran mis ojos. Se iban inundando lentamente. Lo que se convirtió en un pequeño hilo transparente bajando por mi mejilla, se transformó en cascadas persistentes. Aguantaba, juro que aguantaba todo, me exigía más fuerzas de las que yo misma sabía que tenía. Esos límites se veían reflejados en mi pecho que subía y bajaba, en mi respiración, en mis sollozos silenciosos.

No quise levantar la mirada y observar toda la desgracia que acechaban el entorno, pero era inevitable. Cómo pude, con mis ojos inundados y la visión borrosa, levanté la mirada lentamente y los vi: sus padres... Que por cierto, muchas veces funcionaron como mis padres.

La señora Albertson era fielmente consolada por su esposo y su hijo. Sabía que esto no era suficiente, ¿el tiempo era suficiente? O tal vez el tiempo simplemente actuaba como un disfraz del engaño, en dónde se podía aprender a vivir y acostumbrarse sin dejar de sentir hasta la muerte, que era la única paz que se le podía garantizar a una madre que acababa de perder a su hija menor.

Sí.

Diane Albertson: era brillo en esta ciudad gris, neblinosa, con diarias lluvias que solo se detenían durante el invierno, que pintaba de blanco cada esquina adyacente. Ella era mucho más que eso. ¿Cómo explicarlo en palabras?

Verla acariciar perritos era algo usual, ayudaba a sus padres en todo lo que podía, casi no dejaba que su madre tomara la escoba, le parecía que encargarse de la limpieza en casa era algo que no podía tolerar. Su madre para ella era digna de caminar sobre la alfombra roja.

La conexión con su padre era la de un mejor amigo, su hermano Rett era su tesoro más preciado, todo el colegio la adoraba por su sonrisa, esa vibra, su amabilidad tan natural. Y su verdadera mejor amiga sentiría que nunca valdría tantas palabras para explicar el universo que era, todo lo que valía e incluso los puntos de vista y gustos artísticos que podía mostrarte. Era otro plano... Estar con ella era viajar sin moverte de tu sitio, simplemente tenías que estar en su onda y ¡bum! El tiempo pasaba tan rápido de lo bien que te sentías en su órbita, pero se esfumó.

Aquí estaba yo, su mejor amiga, viendo esa miserable caja marrón, el ataúd en el cual terminamos tarde o temprano, dándole punto y final a los millones de esfuerzos que intentabas todos los días al levantarte. La que terminaba con la esencia, la que te obligaba al recuerdo, el viaje en donde sabíamos que probablemente no cruzaríamos de nuevo. La separación de almas, la llamaba: almas elegidas para vivir una experiencia momentánea y después un "adiós nos vemos nunca".

¿De verdad alguien escuchaba al sacerdote? Yo no escuché ninguna letra del abecedario salir de su boca. Estaba concentrada en lo que vendría cuando me despertara, queriendo que todo fuese una pesadilla, esperarla y verla llegar a la puerta de mi casa. Pero ni los sueños más reales se sentían como este momento, era la miserable vida que ahora nos rodeaba bajo un eterno vacío que jamás sería llenado.

Lunenburg©Where stories live. Discover now