Capítulo 36: Papá libre

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AUBREY

Estaciono y espero quince minutos hasta que la reja de la prisión se abra.

Veo a Darren Channing mirar a todos lados y estirar sus brazos sonriendo como si disfrutara de su libertad. Le toco bocina y saluda hacia el auto alegre. A veces dudo que yo haya salido de su esperma tan alegre. Aunque muchos dicen que soy su copia femenina y a veces llegamos a demostrarlo tan bien que irrita. Un punto resaltante que tenemos de diferencia es el positivismo: él tiene, a mi me da igual todo.

Su cabellera rubia está atada en un moño y noto que tiene nuevos tatuajes esparcidos por los brazos. Bajo del auto y miro de arriba abajo su ropa, vaqueros rasgados, chaleco de mezclilla, camiseta blanca y botas. Abre sus brazos para recibirme pero solo hago una mueca.

—¿No vas a darle un abrazo a tu sabroso padre?— me observa sonriente.

— ¿Quién te trajo esta ropa?

Se observa a sí mismo y se sacude una mugre invisible de su chaleco.

— Mi estilista, ¿No te gusta?— dice sarcástico —. Piojito, no salí de un spa de años, no esperes que esté maquillado y peinado.

Que use el apodo que me dice desde pequeña me da nostalgia. Trato de borrar mi sonrisa rodeando los ojos. Él agarra mi cabeza entre sus manos y la rasca como cuando era pequeña. En el orfanato habían niñas llenas de piojos y solían contagiarme, cuando Darren iba a visitarme yo me quejaba con él diciéndole que me picaba la cabeza y él me la rascaba. Es una costumbre que adquirió aunque ya no tuviera piojos, lo primero que hacía al saludarme era rascarme la cabeza.

Me lleva contra su pecho y me abraza. Me fundo en su pecho volviendo a reconocer su esencia que a pesar de todo sigue siendo la misma. Su barba me hace cosquillas en la frente pero no me importa para nada. Cuando era pequeña solía molestarlo con que si se dejaba crecer mucho la barba yo podría hacerle trenzas. Él siempre me dejaba jugar con su cabello, nos hacía trenzas unidas con mi cabello para creernos inseparables. Lo cierto era que se nos enredaba tanto que teníamos que cortarlo y luego ambos andábamos por la vida con un mechón más corto que el resto.

Lo siento respirar hondo sobre mi cabello queriendo inhalar mi olor, luego ríe y lo acaricia.

— ¿Ahora te lavas con champú fino?

— Siempre lo he hecho, nacer en barrios bajos no va a hacerme ser una mugrienta.

Ríe y besa mi cabeza.

— Esa es mi niña— rodea mis hombros con su brazo y caminamos al auto —. Ahora cuéntame qué travesuras has estado haciendo.

— Yo no hice nada.

— Eso lo dice todo. ¿Dónde está tu hermano que no ha venido a buscarme? ¿Está ofendido, el maricón?

— Está esperándonos en casa con papás y ¿Por qué debería estar ofendido?

— Una discusión sobre exceso de peso que tuvimos la última vez que vino a visitarme, tal vez lo haya asustado un poco con que se quedará gordo como el abuelo a los cuarenta.

— Con razón me había pedido consejos sobre dietas sanas.

Suelta una carcajada y subimos al auto.

— Hablando de visitas, quiero una larga y detallada explicación del porqué no viniste a visitarme ni me llamaste en cuatro meses.

Él sabe lo justo y necesario sobre la denuncia en mi contra, Elías sólo tenía permitido contarle lo que yo le daba permiso.

— Oh no, ¿en qué problemas estás metida?— dice cuando tardo en responderle — ¿Y por qué no lo has solucionado aún?

INSUPERABLES [•1]Where stories live. Discover now