20 | A 86,132 kilómetros de la luna.

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HARRY

Nunca en mi vida me había puesto a pensar en que podría decirle «te quiero» sinceramente a una persona. Y más si esa persona resultaba ser un chico. Pero bien dicen que nunca digamos que las cosas no sucederán porque terminarán sucediendo de la manera más extraña y repentina posible. Recuerdo que una vez mi madre, cuando se enteró de la primera pelea que tuve con Nicole, me preguntó si realmente quería estar con ella o solo lo hacía para saber qué sentía por ella. Y estas fueron sus palabras cuando le dije que no sabía qué sentía:

—No puedes obligar a tu corazón a querer a alguien, Harry, solamente sucede sin esperártelo. El amor, cariño, es como la gripa: no sabes que te contagiaste hasta que sientes el dolor en la garganta. Así pasa cuando quieres a alguien, no sabes que le quieres hasta que no puedes dejar de pensarle.

Y ahora, aquí frente a Hunter y con mi mano sobre su barbilla, obligándolo a mirarme a los ojos y con mi primer «te quiero» sincero en el aire, sé que me he contagiado de esa gripa.

Por un momento pienso que la he cagado a niveles extremos, porque no sé cómo pude decir algo tan sincero sin titubear, pero cuando Hunter solamente cierra los ojos y relaja la cabeza, sintiendo menos forzado el tener que girarle la cabeza en mi dirección, así que suspiro.

Esperanza...

Retiro la mano y aprieto los dientes.

—¿Hunter?

Entonces abre los ojos y las lágrimas descienden de sus mejillas con una fuerza vete a saber tú de dónde ha salido. Solo sé que mis brazos se elevan en el aire y lo envuelven en un fuerte abrazo, y que sus brazos me rodean de la cintura mientras pega su rostro a mi pecho y solloza con fuerza.

¿En realidad sí la he cagado y por eso llora?

—¿Todo...?

Pero entonces se separa unos centímetros de mí, me mira a los ojos y me interrumpe estampando sus labios contra los míos. Me toma por sorpresa aunque ya se veía venir, así que mis labios tardan un par de segundos para tomar el ritmo de su beso y, cuando lo consigo, cierro los ojos con fuerza abriéndome paso con la lengua por su boca.

Presiono su cuerpo contra mi vientre, y él coloca una de sus manos detrás de mi nuca, haciendo que mis labios ejerzan más presión sobre los suyos para mejorar el beso. Sus labios son demasiado suaves, algo que no me había dado cuenta la primera vez que me besó, y se mueven a un ritmo lento pero excitante sobre los míos. Su lengua se abre paso entre mis labios, rozando la mía, y un escalofrío me recorre de pies a cabeza.

El corazón me late a mil por hora, tanto que escucho en mis oídos el bombeo descontrolado de mi corazón. Una de sus manos desciende por mi espalda, recorriendo cada centímetro de mi ser por encima de la tela espesa de la botarga. Unas gotas de sudor comienzan a descender por mi frente a causa del calor que este traje está ejerciendo en mi cuerpo, o por el beso.

Ya no lo sé.

Solo sé que, cuando mi cerebro hace cortocircuito y reacciono ante lo que estoy haciendo, no pienso nada en Nicole.

Lo tomo de las mejillas, separando su rostro del mío un par de centímetros.

Abrimos los ojos al mismo tiempo y una sonrisa boba se dibuja en nuestros labios.

—¿Qué te costaba reaccionar así aquella noche, tonto? —Murmura y su aliento choca contra mi nariz.

Emito una pequeña risa y pego mi frente contra la suya.

—¿Puedo decirte algo? —Inquiero.

—Dime.

Me relamo los labios.

—No sé exactamente qué siento por ti, ¿okey? Tampoco sé todavía cómo definirme ni quién soy, pero si de algo estoy seguro es que este beso me removió cosas que no sabía que seguían vivas en mi interior desde hace muchísimo tiempo, y me gustó —sonrío.

Posa sus manos en mis mejillas, sonriente.

—Si quieres yo puedo estar contigo para descubrir quién eres exactamente.

—¿Estarás conmigo aunque lo que descubra no sea bueno?

Asiente levemente.

—Trato hecho, Baker.

—Muchas gracias, Moore.

Y me vuelve a besar, y nuevamente siento una explosión dentro de mí. Pero el beso dura apenas unos segundos porque escuchamos a alguien aclararse la garganta a pocos pasos de nosotros. Nos obligamos a separarnos, abrimos los ojos y miramos en esa dirección, encontrándonos con Lexie sonriendo de oreja a oreja mientras da pequeños brinquitos, y, junto a ella, Jason... quien tiene una cara de seriedad indestructible y me mira fijamente a los ojos.

Alzo una ceja.

—Si le rompes el corazón ya sabes cómo le irá a tu pequeño amiguito... —dice fulminándome con la mirada.

Trago saliva con dificultad.

—Tranquilo...

—¿Vamos a comer? Me muero de hambre —dice Lexie acercándose a nosotros, se sitúa en medio de los dos y nos pasa a cada uno un brazo por los hombros, atrayéndonos en un abrazo fuerte.

Los tres nos separamos y miramos a Jason, quien sigue fijo en su sitio. Después sonríe y corre hacia nosotros, envolviéndonos con sus brazos.

—Para qué me hago si las cursilerías son lo mío —dice entre risas.

Y aquí, en este momento, es cuando comienza el final de nuestra historia. 

Tan cerca de la luna [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora