22 | A 47,930 kilómetros de la luna.

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HARRY

Escucho a papá masticar con la boca abierta mientras en el televisor trasmiten un partido de basquetbol al cual no le estoy poniendo absoluta atención porque mi mente está concentrada en una sola cosa: salir del clóset con mis papás. Parpadeando, extiendo mi mano hacia la mesita del centro donde está la caja de pizza que mi padre ha pedido a domicilio y el paquete de seis latas de cerveza Corona vacías. En menos de media hora, sin saber cómo le hizo, el hombre a mi lado en el sofá se ha bebido todas de un tirón y sigue como si nada.

¿Acaso eso es posible?

Yo con tres latas ya ando arrastrándome por los suelos o soltando puñetazos.

Le doy una mordida a la rebana de pizza, recostándome de nuevo contra el respaldo del asiento. Miro sin captar nada la televisión.

—Deberías intentar esa técnica en el próximo partido, Harry. —Dice haciendo que mi mente regrese del lugar al que había decidido irse a dar un paseo.

Alzo ambas cejas y lo miro.

—Por cierto, hace mucho que no me cuentas de los partidos, creo que ni siquiera me invitaste al último que hubo antes de las vacaciones de invierno —se estira para tomar una rebanada.

Trago lo que tengo en la boca y me relajo.

—Sí te invité —digo, doy otra mordida—, pero estabas hasta el tope de pedo y seguramente se te olvidó...

Asiente levemente sin despegar la mirada de enfrente, solo veo su mandíbula tensarse con mi comentario y su mano dejar la rebanada de pizza sobre la mesita. Su manzana de Adán sube y baja cuando traga el trozo, después se pone de pie y camina hacia la cocina, abre el refrigerador y saca una botella de cerveza de ella.

¿Cómo es que tenemos más cervezas en el refrigerador que comida?

—Cuéntame entonces cómo te ha ido desde que volviste de vacaciones —dice caminando en mi dirección.

Me termino el trozo de pizza que tenía en las manos y las sacudo para retirar los restos de harina de ellas, después tomo mi lata de Coca-Cola que está en el suelo a mis pies y bebo un largo trago. A continuación, me relamo los labios y asiento varias veces mientras él toma el lugar en el que estaba sentado hace no más de cinco minutos.

—Pues bien...

—Vamos, Harry —escucharlo pronunciar mi nombre con un tono de voz de alguien sobrio es demasiado raro—. Aprovecha que estoy en mis cinco sentidos y tengamos una charla padre hijo como gente normal.

—Vaya... —Murmuro.

Entonces la puerta de la entrada se abre a pocos metros de distancia del mueble en el que está el televisor, y el rostro cansado de mi madre aparece frente a nosotros. Se queda unos segundos de pie en el marco de la puerta, mirándonos con el ceño fruncido y una expresión de confusión en su rostro. Para mi sorpresa, va bien vestida y no lleva ese estúpido y horrendo uniforme que la obligan a usar en su trabajo. ¿No te lo he contado? Bien, mi madre es guardia de seguridad en una clínica infantil en el centro de la ciudad, lleva trabajando ahí desde que yo tenía trece años. Actualmente está de guardia en el turno de la noche y es por eso que siempre me toca quedarme con el inútil de mi padre en casa. Mi papá, por el contrario, trabaja en una gasolinera en las afueras de la ciudad; y no digo que sea un trabajo de la mierda, pero el sueldo sí que lo es y el horario laboral también.

O al menos que mi padre eso nos haya hecho creer a mi madre y a mí desde siempre. Nunca ha hecho el maldito esfuerzo de buscar empleo en otro lado donde tenga más beneficios y apoyos económicos, además de un sueldo que sea bastante digno para no morir de hambre.

Tan cerca de la luna [#1]Where stories live. Discover now