24 | A 37,076 kilómetros de la luna.

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HARRY

Los gritos no se hacen esperar cuando salgo de la habitación momentos antes de mi cita con Hunter. Nuevamente la voz de mi padre resuena más que la de mi madre por cada pasillo de la pequeña casa en la que vivimos. Nuevamente mi madre llora mientras se lamenta el momento en el que aceptó compartir su vida con el engendro que tengo como padre. Otra vez mi padre le grita que nunca ha servido para nada y que mejor nunca la hubiera conocido. Que nunca fue una buena esposa. Mi madre vuelve a gritarle que es una basura de persona y que nunca más dejará que la vuelva a insultar y hacer menos como lo ha hecho durante años.

Camino lentamente por el pasillo que conecta las habitaciones con la sala de estar, donde me encuentro a mi madre haciéndole frente a mi padre porque está cansada de todo. Y no la culpo: con un hombre como él, también estaría deseando estar muerto que vivir más años a su lado. Emito un largo suspiro mientras termino de cruzar el pasillo, y cuando ambos reparan en mi presencia guardan silencio de golpe.

—Mamá...

—Harry, cariño —se acerca a mí.

—¡No lo llames cariño, carajo! ¿Qué quieres? ¿Qué sea maricón?

Mamá, ignorándolo, me da un beso en la frente.

—¿Vas a salir? —Asiento—. Vete con cuidado y me avisas cuando estés aquí, ¿estamos? Yo dormiré hoy en casa de tu tía Luisa...

—¿Quieres que te lleve?

Asiente sin pensarlo.

—Voy por mis cosas, espérame cinco minutos.

Dicho eso, mamá se pierde en el pasil detrás de mi yendo en dirección a su habitación, donde ni siquiera se encierra. Mientras espero, le lanzo varias miradas asesinas a mi padre sin saber por qué, porque haciendo eso no haré que cambie y deje de ser un asco.

—¿Qué me ves, marica? —Dice, se gira sobre sus talones y camina hacia la cocina donde toma una botella de cerveza.

Suspiro.

Mamá llega a mi lado con una bolsa de ropa colgada del brazo, toma unos billetes que están sobre la mesita del centro de la sala y se encamina a la puerta principal de la casa, abriéndola.

—Te vas y no vuelves, ¿me oíste? —Sentencia papá.

—¿Qué? —Murmuro.

—Prefiero dormir en la calle que seguir respirando el mismo aire que tú —concluye mi madre, ignorándome.

Sin decir más, atraviesa la puerta de la casa y lo único que hago es ir detrás de ella, cerrando la puerta detrás de mí. Presiono el botón del control de las llaves para deshabilitar los seguros del auto cuando mi madre llega a él. Abre la puerta del copiloto y se introduce en silencio. Hago lo mismo, pero del lado del piloto.

Enciendo el motor.

—Perdóname porque tengas que aguantar todo esto, hijo —dice con la voz ahogada, conteniendo las inmensas ganas que tiene de llorar.

Piso el acelerador y comenzamos a avanzar.

—No pasa nada, mamá —le consuelo—. Estás en todo tu derecho de ver por ti y ser feliz, libre y estable por ti. ¿Vas a quedarte con mi tía estos días?

La miro de reojo, niega con la cabeza.

—Me quedaré a vivir con ella temporalmente en lo que consigo un departamento en donde vivir, estoy harta de ser humillada por tu padre todo por ser un machito que ve a las mujeres como sus sirvientas —suspira.

La noticia me toma por sorpresa, claro, pero no rebato nada porque la entiendo. Mi padre nunca ha sido el mejor de todos, pero eso no lo justifica que siga siendo un cabrón que solo existe para maltratar a las personas que no son iguales a él. Desde pequeño los he oído discutir, y había ocasiones en las que me dolía saber que solo estaban juntos por mí, por no hacerme pasar por algo tan complicado emocionalmente como un divorcio. Dicen que las personas tienen un límite, y creo que mi madre ha sido demasiado valiente en haber aguantado cada uno de los maltratos verbales y físicos de mi padre, pero es más valiente y poderosa que haya decidido vivir para ella.

Tan cerca de la luna [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora