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Aquel verano…

El castaño llevaba puesta su sudadera –le quedaba un poco grande– y jugueteaba con la tira de una pulsera de tela debajo de las mangas largas. La tela le permitía contrarrestar la temperatura que hacía allí arriba. Por fin, un rincón de Gwangyang en el que el viento corría salvaje y lo despeinaba.

El faro.

Habían saltado sin problemas un muro que parecía puesto adrede para desafiarlo y que solo los atrevidos disfrutaran de su mejor vista. No había cielo ni mar. Solo oscuridad, estrellas, la silueta fina de la luna y un renovado y lejano sol, el que nacía de la claridad de la iluminación del pueblo donde las casas parecían luciérnagas.

La noche y su banda sonora.

Taehyung era capaz de escuchar el eco de la vida que recorría las calles del pueblo: música en el puerto, brindis en alguna terraza, risas cerca del mar... Todo apartado, perteneciente a una realidad paralela. La suya, la que compartía con Jungkook, se componía del silbido de la corriente de aire, ramas que trazaban sombras a sus pies y el rumor del agua.

—¡Lo tengo! —Aclaró la garganta—: La luna. Ese es el misterioso blanco.

—Frío.

—¿Las estrellas?

—Te congelas.

—¿Meteoritos?

—Eres francamente malo con las adivinanzas, Kim. Solo tienes que sentarte, comer kimbap y confiar en mí.

Jungkook estaba reclinado contra la torre con la espalda recta, protegido del frío. Disfrutando de la impaciencia infantil del chico y muy convencido de su color, aunque Taehyung fuera incapaz de predecirlo por más que se esforzara con sus teorías.

Taehyung fue a su lado. Tenía hambre y no progresaba en el acto de sacarle información, hecho que le frustraba; como lector cero de su madre era experto en tirar de los hilos invisibles hasta averiguar el nombre del asesino antes de que la propia novela lo revelara. Pero, en esta ocasión, había repasado cada detalle que los rodeaba y nada; ninguna corazonada.

Las tripas le rugieron. Quitó la parte superior del aluminio que envolvía el rollo de algas, arroz y atún que habían comprado en el bar en el que trabajaba el pelinegro y se dejó caer; dobló las rodillas y las cubrió con la sudadera.

—¿Quieres, Jungkook?

—La mayonesa nunca atravesará mi paladar.

Hasta en eso eran distintos.

—¿Estás seguro? Te pierdes uno de los grandes placeres de la vida.

—Lo compenso con otros.

—El ser humano no ha inventado nada que se le parezca.

—Conozco un par de formas de hacerte cambiar de opinión.

La oscuridad que los envolvía impedía que le viera la expresión. Aun así, estaba convencido de que Jungkook le dedicaba una sonrisa cargada de intenciones. Le dio un bocado al rollo y le robó la lata de cerveza para que le ayudara a tragar. Fue tal el sorbo que dio a ciegas que parte del líquido se le derramó. Jungkook se anticipó y le limpió la comisura de los labios con el pulgar.

Taehyung notó en ese momento una especie de tensión placentera en la boca del estómago, un hormiguero, y se preparó por si Jungkook se lanzaba para basarlo. Pero, en lugar de cumplir las fantasías que lo tenían conteniendo el aliento, el muy maldito regresó a su posición inicial como si nada cruzando los brazos detrás de la nuca.

—¿Qué hacemos mientras esperamos? —preguntó Taehyung sin poder disimular la decepción.

—Conocernos.

That Summer ❀ KooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora