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Algo se le clavaba en las costillas, dolía. Taehyung deslizó los dedos y… ¿Las llaves? Diría que era raro, pero la resaca asesina que padecía le advertía de que cualquier posibilidad tenía sentido. La culpa la tenían las cervezas, y los tragos, y los chupitos, y él bebiendo como si no hubiera mañana, mierda. Estaba hecho polvo, demacrado. Tenía un maldito taladro en la cabeza, la boca seca y parecía que el suelo se movía.

Rodó sobre el colchón para vaguear un rato más y castigarse por cometer un error que lo tendría todo el día con una botella de Gatorade pegado al retrete, mortificándose por las lagunas de la noche anterior (manantiales completos sin ningún recuerdo).

Parecía un buen plan. Y, sobre todo, merecido. Desde su año de intercambio en Londres no había tenido ninguna borrachera digna de calificar como lamentable y tenía que ser delante de Jungkook, precisamente delante de él.

Le sobrevenían destellos fugaces, cortos y borrosos, intensos como rayos: bailar y mirarlo, darle un trago a la copa y repetir, ellos dos hablando con la víscera y sus ojos negros encendidos. Y las ganas, las inaceptables ganas de…

Un segundo. Esa cama era demasiado ancha. ¿Dónde diablos estaba?

«En casa de Jimin», cruzó los dedos como cuando era niño.

Abrió un ojo, luego el otro, y el techo se le cayó encima. La visión del mar nunca lo había perturbado tanto. Levantó con cuidado el edredón que lo envolvía y… ¡Oh, no! S.A.S. Ropa interior. Lo había hecho, ¡se había acostado con Jeon Jungkook! Se cubrió con las mantas. Tenía dos opciones: permanecer resguardado hasta el fin de los tiempos o salir, enfrentarse a sus malas decisiones y dejarle bien claro que era algo que no se iba a repetir.

«¿A él o a ti?».

A veces su vocecita interior era repelente.

Renunció al cobijo y se sentó en el borde de la cama.

Ni rastro de la ropa o los zapatos. Se habrían deshecho de ella de camino a la habitación, quizás en la cubierta. Al imaginarlo, lo recorrió un hormigueo y le molestó que su cerebro no colaborara para rememorarlo. Al fin y al cabo, el sexo con Jungkook siempre había sido más, por mucho que esa verdad le fastidiara.

En la mesita descansaba un vaso de agua. Se lo bebió de un trago y se puso de pie, acostumbrándose al contoneo del barco anclado. Estiró la mano para arrancar el edredón y no escapar de la protección de su abrigo, pero en el último instante se negó. Iba a cruzar la puerta con seguridad, digno y sin un ápice de arrepentimiento.

Bam lo recibió al otro lado y se lanzó a sus brazos.

—Hola, chico —Sonrió. El doberman ladraba, correteaba a su alrededor meneando la cola y a él no le quedó más remedio que deshacerse en mimos acariciándolo. Saberse recordado por el perro de aquella manera mejoró su ánimo, claro que allí estaba también su dueño para equilibrar la balanza.

—¿No tienes nada que decir?

—¿Como por ejemplo?

—Gracias.

Jungkook se encontraba al fondo, en la cocina. Llevaba una toalla blanca anudada a la cintura, el cabello mojado y le daba la espalda… La moldeada espalda de hombros anchos que se iba estrechando en la que seguramente habría clavado las uñas y…

«Deja de recrearte».

Cocinaba. No sabía qué. Olía rico, muy rico; dulce. Mejor que los platos precocinados para calentar en el microondas a los que tan propenso era en Seúl. El chico soltó la paleta, se dio la vuelta y abrió los ojos con sorpresa, completamente contrariado.

That Summer ❀ KooktaeWhere stories live. Discover now