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—Cómo extrañaba trabajar con este bigote. Ni el mítico de Chaplin, Dalí o Clark Gable. El de Jeon Donggun. Patrimonio nacional —voceó Joonhee, el barbero, en pleno trabajo con las tijeras.

Había accedido a hacer el trabajo a domicilio después de cerrar la peluquería y a las ocho y diez estaba allí con su kit de herramientas básicas de afeitar. Jungkook había detectado la reciente sordera del señor, que rondaría los setenta, mientras lo acompañaba al baño de la segunda planta donde su abuelo esperaba ataviado con una bolsa de plástico negra que hacía las funciones de capa para que el pelo resbalara.

Evidentemente, Joonhee se había ofendido (él no era un cualquiera y llevaba su propio cobertor profesional con el logo del negocio). Menos mal que le había durado poco, lo justo para explicarle para qué servía la navaja, el peine, el rociador y todos los enseres que colocaba meticulosamente sobre la superficie de la lavadora.

—Está el bigote Chevron, herradura, imperial… —enumeraba y recortaba—. El de tu abuelo siempre ha sido el inglés. Una vez probamos con el de lápiz y fue un fracaso. Mejor no innovar e ir a lo seguro.

Jungkook le dio la razón sin tener ni idea de lo que le estaba diciendo. Bien podría haberse inventado los nombres de todos los estilos y le habría contestado lo mismo.

Observó a Donggun desde su posición recostado en el marco de la puerta. Estaba allí sentado, relajado y dejándose hacer. Entonces cayó en la cuenta de que no había ninguna foto suya sin el mostacho rizado y que, de existir, el viejo gruñón se habría encargado de esconderla. Nadie lucía tan orgulloso un puñado de vello negro en el labio superior como su abuelo. Alardeaba de él en la tumbona de rayas azules de la playa bajo la sombrilla esperando con el cóctel de frutas, durante las partidas de dominó y en la excursión al zoológico de Gwangju donde le había enseñado el nombre de todos los animales cargándolo a caballito.

—A ti te vendría bien un buen bigote —tanteó el barbero.

—Estoy bien como estoy.

—La barba da estilo y personalidad, muchacho —continuó vigilando cada fase del encargo y terminó sacudiendo los vellos sueltos con una brocha—. Piénsalo.

Se despidió de Jungkook en la puerta después de negarse a cobrar, porque Donggun ya les había pagado la universidad a sus hijas acudiendo religiosamente a su barbería cada sábado durante toda la vida.

El chico regresó arriba y mentiría si dijera que una parte de él no albergaba esperanzas de que su abuelo volvería intacto, como antes, al reconocerse en el reflejo que le ofrecía el espejo con su magnífico y recién recuperado bigote inglés; pero no lo hizo, así que lo ayudó a desnudarse, reguló la temperatura del agua y después lo asistió para que se sentara en la banqueta de aluminio.

—¿Está demasiado caliente? —El anciano permaneció con la mirada perdida y Jungkook utilizó de nuevo su antebrazo como termómetro.

El joven se concentró en los pliegues y en limpiarle bien entre los dedos de los pies. Donggun parecía haber menguado y su piel estaba cada vez más arrugada, rugosa y contraída. Estaba revisando un arañazo en el tobillo cuando, como de costumbre, el anciano habló:

—¿Dónde se metieron? —siseó desorientado.

Lo habitual era que él desconectara en aquel momento y fingiera no haberlo escuchado. Sin embargo, aquella tarde algo cambió, quizás era el efecto secundario de haber dormido enredado con Taehyung o que por fin estaba preparado.

—¿Quiénes? —le preguntó a pesar de conocer la respuesta.

—¡Los niños del demonio que se perdieron!

That Summer ❀ KooktaeWhere stories live. Discover now