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Aquel verano…

Taehyung había aparecido frente a su casa a primera hora de la mañana. Llevaba unos pantalones cortos marrones, una camiseta café oscuro con un diseño de los 90's y unos Converse blancos. Llevaba el cabello revuelto y sus intentos por peinarlo con los dedos eran infructuosos. Estaba… era jodidamente guapo, con sus ojos cafés, los lunares adornando su rostro y su adorable manía de atrapar el labio inferior entre sus dientes.

Le había contado lo del trasplante del corazón para pedirle: «Quiero que estés al lado de la cama cuando despierte».

Horas después y un viaje exprés en las espaldas, daba vueltas con su madre por pleno centro de Seúl la primera semana de septiembre.

—San Google es una maravilla —dijo Eunhye sacándolo de sus pensamientos. El trayecto había sido tranquilo, muchos autos sin tanto tráfico, al menos hasta la entrada de la capital cuando habían puesto el GPS.

—Ahí —le señaló el auto que se iba y dejaba un espacio libre. No era muy amplio, suerte que su madre era capaz de encajar el viejo Seat gris donde se propusiera.

—¿Bajas y me indicas?

—Voy.

El corazón de la ciudad estaba repleto de gente, la mayoría bajo el resguardo de una sombrilla en la terraza de cualquier bar con una cerveza fría cerca, y hacía demasiado calor: seco, pegajoso y sin que corriera una gota de aire. Mejor no mirar la temperatura que marcaban los termómetros.

—Gira el volante y dale. Un poco más… Más…

El conductor del vehículo de atrás pitó (era una de esas calles de una sola dirección) y Jungkook decidió no malgastar tiempo en tratar de resolver el misterio del estrés constante de los capitalinos. ¿Vivir rápido y de mal humor los compensaba? No tenía sentido. ¿Cuánto había pasado desde que su madre había empezado a maniobrar? ¿Tres segundos? ¿En serio tenía algo tan urgente que hacer que no podía esperar tres putos segundos?

—Ignóralo y…

Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

—Dame un minuto.

—¿A dónde vas? —le preguntó su madre con voz alarmada.

—Al tipo de detrás se le quedó la mano pegada al volante, alguien debería ayudarlo.

—Cariño…

—Hay que ser solidario.

El odioso ruido lo acompañó hasta que se plantó al lado del hombre que, lejos de sentirse avergonzado, le dedicó una serie de aspavientos con las manos. Golpeó un par de veces el cristal y le ofreció una sonrisa tensa que el conductor no debió interpretar del todo bien, porque de hacerlo habría sabido que bajar la ventanilla para gritarle no era precisamente una decisión brillante.

Se agachó para quedar a su altura.

—¡Mujer tenía que ser! —Bien, tenía delante a un hombre de unos cincuenta años con la cortina de cabello gris echada a un lado. Un idiota, confirmado—. ¿Acaso últimamente regalan la licencia y no me había enterado?

—La estás molestando y me temo que no lo puedo permitir, así que, por favor…

—¡Que aprenda a conducir! Si no sabe estacionar, que se haga a un lado y deje que el resto sigamos. Tengo prisa —El hombre sacudió la cabeza con energía y apoyó la mano contra el claxon con tanta fuerza que las personas de alrededor se encogieron en su sitio por el estridente sonido.

Por lo visto, ir de buena manera no iba a dar resultados.

—¿Cómo te llamas?

—Han Doyun.

That Summer ❀ KooktaeWhere stories live. Discover now