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Aquel verano…

Taehyung le había contado que mantenía una estrecha relación amor-odio con la arena. De niño, adoraba escribir con el pie en la orilla y hacer figuras y castillos. Luego pasó por una fase que denominó «asco» y que duró varios años, en que le daba repelús que se le quedara pegada y llegar a casa con la sensación de suciedad en el cuerpo. Y volvía de nuevo a los orígenes. Quizás no tanto como para encontrar divertido que lo enterraran tal y como había sugerido Jin, pero lo suficiente para disfrutar hundiendo la mano.

Así que eso hacía el chico aquella tarde del último fin de semana de agosto, descansar de tirarse contra las olas rizadas, jugar a las palas y el balón. Estaba solo acostado sobre el pañuelo con más colores de la playa y se dedicaba a mover los dedos debajo de la arena y a agarrar puñados que soltaba creando cascadas doradas en el aire.

Era una imagen totalmente inspiradora; el día en general poseía ese efecto. El ritmo había sido frenético desde que el grupo entero se había metido en el mar. Y lo estaban pasando de lujo. Sin embargo, Jungkook era incapaz de arrancarse la sensación que le oprimía las costillas. La sensación de…

—¡Bola! —avisó Namjoon. Demasiado tarde.

La distracción le salió todo lo cara que podía resultar si la pelota lanzada con la bestial fuerza de tu amigo aterrizaba contra tu frente. Concretamente, un precio muy alto que le hizo ver las putas estrellas.

—¡Oye, le diste en toda la cara! —Parecía que Seokjin iba a defenderlo, aunque pronto fue consciente de que su exclamación era pura admiración—. Una diana perfecta. Me rindo a tu puntería.

—Tampoco tiene dentro nada digno de conservar.

Encima se lo tomaban a broma, genial. ¿Por qué diablos les había dado a todos por agredirlo? Ya no existía el respeto. Llegados a ese punto, podía mandarlos al infierno, devolvérsela con el doble de potencia o fulminarlos con la mirada para cortar las carcajadas en el acto. Optó por la última opción. Paseó la vista de uno a otro con una mezcla de advertencia y amenaza pintada en los ojos.

Yoongi se tapó la boca para disimular. A Namjoon le dio igual. Jin se partió todavía más de la risa. Eran encantadores.

—¿Tú también, Jimin?

—Presión social. Me rio sin ganas, en realidad estoy muy preocupado por ti —Parpadeó. Hasta él se burlaba, indignante.

—¿Saben qué? No le encuentro la gracia, pueden meterse su jodido humor por donde les entre. Me largo a la enfermería.

Con «enfermería» se refería a irse al lado de Taehyung, cosa que, siendo sincero, llevaba deseando desde hacía un buen rato. En el fondo le acababan de hacer un favor al darle la excusa perfecta para irse sin sentirse un pésimo amigo por anteponer un chico a los amigos. Había sido el típico bocazas que criticaba ese tipo de comportamiento y se encontraba en el punto exacto de tragarse cada una de sus palabras. En su defensa, nunca antes había experimentado esa especie de necesidad de tener a alguien cerca, y no sabía si era una bendición o una tortura.

—Vamos, Jungkook, imponte a la rabieta. Sin ti no podemos terminar el partido —le instó Jin.

Jugaban al voleibol en la orilla por parejas. Jimin y Namjoon contra Seokjin y él. Su figura era imprescindible porque Yoongi y el deporte eran enemigos íntimos desde que la Tierra era Tierra o, sin tanto tremendismo, desde que Educación Física había comenzado a afectar su impecable boleta de dieces puros. Pero le daba igual. Que se lo hubiesen pensado antes de fastidiarlo y reírse en su cara. Así aprendían a…

—Yo lo cubro.

«¿Perdón?», retumbó en su mente y en la de todos los presentes por el repentino y asombroso ofrecimiento de Yoongi.

That Summer ❀ KooktaeWhere stories live. Discover now