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Jungkook no podía estar mucho tiempo en la cama. Madrugaba días laborables y festivos. Se sentaba en el borde del colchón que ocupaba la práctica totalidad de la estancia, apagaba de un manotazo el despertador que no había llegado a sonar, crujía el cuello moviéndolo de un lado a otro y luego levantaba lentamente la cabeza hasta que se encontraba con las vistas desde su barco; a través de la abertura circular podía atisbar una porción atrapada de cielo y mar.

Aquel sábado no fue diferente. Había amanecido con una densa niebla cubriéndolo todo.

Caminó a la cocina con un pantalón fino y sin camiseta, descalzo, aunque dentro de la embarcación solía hacer frío. Le gustaba el delicioso contraste de temperaturas que se producía al cubrirse con el edredón que Eunhye le había regalado cuando había comprado aquel barco que le había vendido uno de los clientes habituales del bar en el que trabajaba a un precio muy inferior al que habría alcanzado en el mercado.

Bajo ningún concepto permitiría que se convirtiera en una embarcación de recreo. Quiero que sea para un enamorado del océano, alguien para quien no solo sea una masa de agua sino más. Como tú —le había dicho el vendedor.

Dejó la cafetera puesta y salió a cubierta. El gran lujo de su estilo de vida era poder desentumecer los músculos acompañado del repiqueteo de las olas al chocar con el casco y el movimiento de los barcos, que el aire helado le diera en la curtida piel y se colara por sus oídos con un ronroneo amortiguado, inundar los pulmones de brisa marina…

En otra etapa, con eso, solo con eso, se habría sentido el jodido rey del mundo, el tipo más afortunado. En otra etapa…

Estaba estirando los brazos cuando distinguió una silueta en la concentrada bruma gris; una figura caminando por el muelle entre las nubes con un abrigo azul.

—¿Jimin?

El joven llevaba una gruesa bufanda blanca que le daba dos vueltas al cuello salpicada con las puntas moradas de su cabello. Le enseñó una bolsa de papel.

—¿Desayunamos? Yo pongo los cruasanes recién hechos y tú el café.

Como respuesta, le ofreció la mano para ayudarlo a subir. Jimin se aferró y esperó a habituarse al ligero balanceo para abrazarlo. Todo en él era suave, incluso cuando te estrechaba con fuerza.

—Vamos a aplastarlos —se quejó Jungkook.

—No importa. Todo el mundo sabe que lo mejor son las migajas.

—Una ducha rápida y estoy —pronunció él al separarse—. ¿Entras?

—Solo si sonríes. Por Gwangyang se comenta que ya no te acuerdas. Pero yo sé que es mentira, y que te alegras mucho de verme.

—Jimin…

—Puede ser pequeñita.

Jungkook forzó una curvatura de labios para zanjar el tema.

—¿Contento?

—Por el momento. Tienes mejores.

Entraron juntos. Jungkook echó un vistazo fugaz. El salón estaba presentable; bastante decente a excepción de la pila de ropa para planchar y las botas que se había quitado la noche anterior y descansaban tiradas debajo de la mesa. Más si tenían en cuenta que no esperaba la «casual» visita.

El de mechas moradas no esperó a que le dijera que estaba en su casa para actuar como tal; como antes, cuando lo compartían todo. Lo dejó desabrochándose los botones del abrigo mientras husmeaba entre sus lecturas y fue al baño.

Se habían distanciado. Podía culpar al hecho de que vivían en ciudades distintas, aunque sería mentir. Jimin regresaba al pueblo muchos fines de semana y siempre, siempre, sacaba espacio para él, sin importar lo difícil que se lo pusiera. Aparecía cuando corría con Bam por el paseo, o en su trabajo, o sentado pacientemente en la plaza porque sabía que en algún momento tendría que pasar.

That Summer ❀ KooktaeWhere stories live. Discover now