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«Marcar la diferencia para alguien. Yoongi».

El mejor amigo de las matemáticas, la física y amante por excelencia de lo empírico había elegido su trozo de papel de la cápsula del tiempo para ponerse profundo. Romántico. Lo primero que se le había pasado por la cabeza al escuchar a Taehyung leerlo en su barco era: «¿cómo demonios vamos a cumplirlo? Te luciste». Pero Jimin había afirmado que él conocía el modo y que, además, también serviría para revelar el mensaje que había escrito.

«Un dos por uno, bienvenido sea», había pensado Jungkook, pero ya empezaba a arrepentirse de su apresurada conclusión, porque aquel sendero que reproducía las futuras voluntades de sus amigos solo podía ir de mal en peor.

Estaban en la feria esperando a Jongin, el compañero de piso de Jimin, y, por lo visto, harían noche en Suncheon. «Por lo visto», porque, evidentemente, nadie le había preguntado su opinión y se había enterado del plan en la fila, cinco segundos antes de que Taehyung y Jimin se subieran en las camas elásticas.

¿Asumía ya que era un cero a la izquierda? Debería. Pruebas no le faltaban.

Resopló y cazó al vuelo el abrigo del rubio antes de que rozara el suelo. Había asumido la noble labor de ejercer de perchero viviente, es decir, sujetarles la ropa mientras ellos se subían en todo y aguardar a que terminaran con cara de tontos.

Miró a su alrededor, los borrachos del bar de la noche anterior habían sido sustituidos por familias y adolescentes en celo; la oscuridad, por llamativas luces de neón de distintos colores; el sudor, por olor a fritos, y la música electrónica, por las típicas canciones de feria. Los grandes éxitos que reconocía y, lo peor, tarareaba en la cabeza. Aquello superaba con creces lo que podía soportar. Que le metieran un tiro en la sien, por favor y gracias.

—¡Adoro las camas elásticas! ¡Y el Saltamontes! ¡Y los carritos chocones! —exclamó Jimin cuando un molesto pitido anunció el final de su turno y se valió del brazo de su amigo para ayudarse a ponerse las Converse.

—Podrías decir lo que no te gusta y simplificamos.

—Es que todo es… ¡genial!, deberíamos haber venido más de pequeños.

—Teníamos atracciones caseras.

—Con estas, Namjoon habría conservado los dientes en lugar de rompérselos y tener que llevar una carilla, ¿no crees?

¿Por qué esa puta manía de sacarlos en cada jodida conversación? Era exasperante tenerlo todo el día revoloteando cerca atento a… ¿qué pretendía exactamente? ¿Repasar juntos todas sus anécdotas, una por una y recreándose, hasta llegar a la más increíble, sí, la joya de la corona, en la que acababan en un hoyo? ¿Que se pusiera a llorar gritándole que quizás Jimin lo había superado, pero él cargaba con sus fantasmas a cada paso que daba? O, mejor, ¿que confesara que aborrecía el gran amor de su vida, el mar, porque fue el que les había arrebatado la vida ahogándolos y que no había una sola vez, ni una, que saliera a navegar sin la esperanza de encontrar una ola, una señal, un algo en la masa ingente de agua que le revelara que ellos estaban bien, y que no hallarla le trituraba el alma?

Pues que esperara sentado, porque no lo iba a hacer.

Que sufría y mantenía los sentimientos encerrados a la espera de volver a verlos y liberarlos era su secreto.

El Jeon Jungkook que conocían había muerto al ver un sombrero y no tenían derecho a resucitarlo.

Alguien tiró de su chaqueta. Alguien muy bajito; bajita, más bien. Una sonriente niña de no más de cuatro años que le ofrecía algodón de azúcar rosa.

That Summer ❀ KooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora