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Aquel verano…

Levantar los brazos por encima de la cabeza con la pelota, doblar las rodillas, afinar la puntería y… ¡Canasta!

La bola de fútbol no llegaba a colarse del todo dentro del bote de basura que Jungkook movía estratégicamente por la despejada habitación para ir variando el ángulo y lograr así que el desafío cambiara. Su diámetro era más grande y se quedaba encajada en la superficie.

Llevaba mil doscientos cincuenta y tres anotaciones desde la madrugada, cuando el jodido insomnio y las turbulencias de permanecer en la cama lo habían obligado a buscar desesperadamente una distracción inmediata. Quizás más, pues la primera hora la ansiedad le había impedido contabilizar los puntos. En cualquier caso, parecía que había funcionado: nada de sudores fríos y la mente en blanco. Solo los músculos se quejaban por la delirante actividad, era un precio razonable.

—Voy por una manzana —anunció sin saber muy bien a quién.

El agotamiento poco a poco hacía mella en su cordura, la erosionaba. También en su físico, advirtió al percatarse, casi por casualidad, del reflejo que le devolvía el espejo. Tenía un look demacrado muy logrado, cadavérico. Las pronunciadas ojeras habían traspasado la línea del tono violáceo y lucían hundidas y negras, y por su cabello acababa de pasar un tornado. Una sombra de sí mismo, eso era.

No podía importarle menos.

Bajó las escaleras con el pantalón de chándal caído, descalzo y sin camiseta.

—¿Qué estás haciendo? —Oyó la pregunta de su madre a su abuelo.

Se detuvo. Bam, Donggun y Eunhye estaban en el interior de la cocina. Ella, sentada en el taburete dando vueltas sin cesar a la cuchara de la taza que sostenía entre las manos. Él, de espaldas de pie. Y Bam, bueno, Bam esperaba pacientemente un premio en forma de comida.

—Corto jamón para esta tarde. Es jueves.

—Yo… Cancelé las actuaciones. Pensé que lo sabías.

El anciano dejó el cuchillo sobre la tabla y se dio la vuelta lentamente con el ceño fruncido. Jungkook se pegó a la pared al lado de la puerta entreabierta para que no lo descubrieran.

—¿Y tus fans?

—Papá, los organizadores pueden sustituirme por un altavoz y «mis fans» no se darán cuenta de la diferencia.

Donggun protestó algo por lo bajo, molesto. En otro momento, a él también le habría molestado que la mujer que le habría traído al mundo se menospreciara de esa manera. Hasta es posible que la hubiera obligado a escribir hasta que le doliera la muñeca: «Soy igual de talentosa que Nina Simone, Aretha Franklin, Adele o Céline Dion, un poquito por debajo de Janis Joplis porque es la reina». Sin embargo, llevaba mucho peso encima, más carga era insoportable. Un mísero grano extra y…

—Sabes que tengo razón, papá. Los jubilados bailarán y los más jóvenes se emborracharán en la cajuela de un coche. Todo seguirá su curso sin mí.

—Jodidos viejos y jodidos mocosos.

—¡Jeon Donggun!

—Mi techo. Mi casa. Mi cocina. Puedo maldecir a quien se me dé la gana y como me dé la gana. Incluso a Dios, no te creas; con ese tengo una cuenta pendiente.

Que su abuelo padeciera un arranque de mal humor no lo tomaba por sorpresa. Quejarse formaba parte de su propia naturaleza. Si no lo hacía una medida de tres o cuatro veces por hora, se hinchaba y se ponía rojo, como las personas con problemas para ir al baño. Aunque el tono no era el habitual de motor estropeado… Era distinto. Visceral, sobre todo al pronunciar «mocosos».

That Summer ❀ KooktaeWhere stories live. Discover now