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Aquel verano…

La bandera del Ayuntamiento de Gwangyang ondeó a medias una semana y, cada día sin excepción, se concentraron frente a sus instalaciones para guardar un minuto de silencio por las jóvenes víctimas del fatal accidente.

Enterraron a los tres la misma mañana. Juntos hasta el final de la corta vida y durante la multitudinaria despedida. Jungkook cumplió su palabra y no asistió. Quería mantener intacto el recuerdo y afirmaba con rotundidad que Namjoon, Seokjin y Yoongi no estaban en los cuerpos vacíos que descansaban en el ataúd.

—Entonces, ¿dónde? —le preguntó el castaño, y el chico apretó los labios con fuerza y no le contestó.

Taehyung acompañó a Jimin. Se encontraba dividido. A ratos con Jungkook y a ratos con su amigo. Los dos tenían maneras opuestas de enfrentarse a la pérdida, y no se atrevía a juzgar cuál hacía lo correcto, deshacerse en los demás como Jimin o mantener una postura impenetrable. Estaba convencido de que su papel no era otro que garantizar que ambos tuviesen un hombro con el que contar.

Ser una mano, la misma que envolvió con delicadeza la muñeca de Jimin al ir a buscarlo a su casa y que no lo soltó durante todo el trayecto a la iglesia en la que se celebraría la ceremonia. Jimin tenía muy mal aspecto. Llevaba el cabello sucio y despeinado, había perdido peso y las ojeras que rodeaban sus ojos hinchados y enrojecidos asustaban.

Las campanas doblaban sin cesar y hacía un día malísimo, de esos en los que el cielo luce un inquietante tono blanco y el viento silba en tu oído. Centenares de personas ya habían llegado y se congregaban en la puerta del templo. Pronto reconoció a aquellos que también habían estado esa noche en la fiesta de la playa; tenían la misma mirada nerviosa, compartían un secreto: «los del coche podrían haber sido ellos».

Localizó a Jaewook apoyado contra la carrocería de un coche, fumando. Ni rastro de Donggun o Eunhye.

—¿Por qué pusieron una foto suya sin gafas? Siempre las llevaba.

Taehyung levantó la vista para saber de qué hablaba Jimin. Allí, apostadas a ambos lados de las escalinatas de piedra, había unas imágenes tamaño póster de los chicos. Namjoon salía serio (dudaba que existiera un documento gráfico con otra pose), la sonrisa de Jin se tragaba el mundo y la de Yoongi casi parecía de primera comunión, bien peinado y con la camisa abotonada hasta el cuello.

—No lo sé.

—Está más guapo con gafas. Son su seña de identidad, quiero decir, eran su…

A Jimin le fallaron las piernas, flaqueó, y estuvo a punto de venirse abajo. Taehyung lo sujetó con firmeza.

—Vamos adentro, tienes que sentarte.

Lo ayudó a subir uno por uno los peldaños y, justo antes de entrar, se giró disimuladamente para que su amigo no se diera cuenta, observó los retratos y susurró un triste: «Hola, chicos».

Dentro reinaba el más absoluto silencio con la única interrupción de las pisadas, los lamentos y el llanto. Se colocaron en uno de los bancos del fondo y Taehyung observó lo que lo rodeaba: velas tintineantes, adornos brillantes y personas ataviadas con impolutos conjuntos de luto negro. Repasó su vestimenta y de repente se sintió ridículo e inapropiado con los converse color mostaza, los jeans con roturas en la rodilla y la camiseta roja de flores que se había puesto porque era la favorita de Seokjin.

«Las flores te quedan bien, ¿eh? Resaltan tu bronceado natural», recordó que le decía y tuvo que sacudir la cabeza para apartar… Él no se podía hundir. ¿Cómo iba a sostener entonces?

That Summer ❀ KooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora