Capítulo 25.

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Roma, Italia, 23 de abril del 2020

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Roma, Italia, 23 de abril del 2020

Estoy pisando suelo italiano, por segunda vez en menos de un año, me hago la sorprendida cuando la abuela dice que el clima aquí es perfecto, porque eso ya lo sé, nos estamos hospedando en uno de los hoteles dónde mi tío es accionista, en la suite presidencial, la cual tiene tres habitaciones, una para la abuela, otra para papá y una para mí, iba a compartir la mía con la abuela, pero los mellizos no quisieron quedarse aquí, lo mismo opino mi tío, ellos querían privacidad para sus desmadres y él no quería escandalizar a la abuela cuando se topara con dos rubias saliendo de su habitación o eso escuche que dijo.

Estoy sentada en la terraza viendo el cielo y soleándome un poco, el viaje se adelantó, íbamos a llegar un día antes de la inauguración, pero la abuela dijo que lo tomáramos como vacaciones de verano y aquí estamos, a tres días de la gran fiesta, donde veré a Damon de nuevo, se quedó en Londres resolviendo unos pendientes sobre un negocio que abrirá pronto allá, fui a verlo antes de viajar y nos la pasamos acurrucados hablando de la vida y el arte, es bonito compartir la misma pasión y el amor hacia el arte con una persona, me hace sentir menos rara, mientras otros hablan de cosas superficiales como cuál es tu marca de ropa favorita o de un auto deportivo, nosotros nos cuestionamos nuestras propias opiniones sobre una pintura o un retrato.

—¿Y esa que te parece? —la abuela me saca de mis pensamientos, está señalando una nube, preguntándome que veo en ella.

—Parece un dragón.

—Yo veo un cerdo.

—Puede ser un cerdo dragón.

—Eso no existe Gigi.

—¿Quién dijo que no? —le cuestionó —. Que no lo hayamos visto, no quiere decir que no exista, en este mundo hay muchas cosas que el ser humano no ha tenido la oportunidad de descubrir y es mejor así, lo que tocamos, lo destruimos.

—Por eso me da miedo el mar, el océano es tan profundo y grande que muchas especies marinas no han salido a la superficie o por lo menos, no lo han visto los buzos.

—Pensé que te daba miedo porque no sabes nadar.

—No sé nadar porque me da miedo, tu abuelo me decía que aprendiera, para que dejará el miedo, solo aprendí a flotar y en la piscina de la casa.

—No es un poco irónico que hace unas semanas estabas en un crucero en alta mar.

—Me la pasaba alcoholizada y comiendo cariño, dónde hay alcohol, no hay miedo, además solo fueron dos semanas y regresé en avión.

—Que no te escuché papá —me río entre dientes y ella mira por encima de su hombro, él está sentado en la mesa revisando unos papeles.

—No se lo vamos a contar —alza su mimosa y brinda.

Tocan la puerta y me levanto de la silla para ver quién es, papá sigue concentrado mirando su Tablet mientras escribe en una hoja, abro y es Héctor, entra a la suite, atraviesa la sala y llega a la terraza, se sienta dónde yo estaba antes y conversa con la abuela.

Obsesión Peligrosa ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora