Harā'ēkō Bud'dha

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EL BUDA PERDIDO

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ᴠᴏʟᴜᴍᴇ : ▮▮▮▮▮▮▯▯▯

|◁ II ▷|

24 de Diciembre. Año 2039.

Kailash, montaña del Himalaya. Tíbet.

Mientras meditaba, Kuro Kautama amaba oír el canto de las gaviotas graznando cerca de las costas montañosas de los cerros del ignominioso Himalaya.

Sus baladas, distantes entre sí, eran tan particular y melódicas que traían una endeble vida a estas llanuras de tierra muerta. Los árboles se podrían en polvo gris tóxico y el firmamento era un decolorizado bermejo. Las nubes eran lánguidas, y discurrían con movimientos irregulares por kilómetros y kilómetros de Océano Índico. Un océano de aguas negras tóxicas, carente de vida marina a primera vista y que la única actividad que se presentaba era la volcánica, con geiseres liberando sus vapores a más de ochenta metros de profundidad.

El monje budista se encontraba sentado con las piernas cruzadas, las manos sobre las rodillas y su dedo índice sobre el pulgar. Llenaba sus pulmones de aire intoxicado cada que inhalaba, y la paz reinaba en todos los puntos chacras de su cuerpo cuando suspiraba con gran vehemencia. Sus pulmones resistían con gran valía el oxígeno venenoso que impregnaba la atmosfera; no era difícil para él aguantar las condiciones a las que ahora estaban sumidas el planeta Tierra tras el cataclismo que trajeron los "Neo-Reyes del Apocalipsis".

Del cielo caía ceniza. Constantemente, y a menudo creando remolinos que desordenaban las nubes. Con la excepción de los graznidos y de la presencia de las gaviotas por toda la costa cazando crustáceos, no se veía otra forma de vida a la redonda. El silencio era tenaz en la solitaria habitación donde se encontraba Kuro, allí sentado cual Shantiveda. Las aguas infinitas se extendían por todos los puntos cardinales, dando la idea de que aquel cacho de tierra que consistía en una parcela del Himalaya parecía una isla perdida en otra dimensión.

Las velas eran su única iluminación en la vasta oscuridad del nuevo mundo. Protegidas de los vientos por los alfeizares, a veces revoloteaban y daban la impresión de apagarse, pero se mantenían firmes. Sus luces irradiaban la solitaria y negra estancia donde aquel monje budista se encontraba: un cuarto rectangular con alfombrado rojo desteñido, recuadros representando mándalas sagrados, Yidams, Dakinis, Herukas y a los máximos representantes del Budismo Tibetano, los Dalái Lamas, hasta llegar al último cuadro del Dalái Lama Tenzin Gyatso manchado con un raspón de sangre seca. El tantrismo que pululaba en aquellos aposentos era cetrino para cualquiera que lo viese, pero incluso Kuro, que los sentía a través de su meditación, no se sentía congojado por la compañía de aquel misticismo.

Kuro Kautama volvió a llenar sus pulmones de aire tóxico, para después purificarlos en una profunda exhalada. Sentía su budeidad casi perfeccionada, pero le faltaba algo que agregar en su Bodichitta. Aunque tenga el espíritu de un Bodhisattva, creía que los látigos del Samsara lo seguían atando al mundo material que no le permitía perfeccionar su despertar. El monje abrió lentamente los ojos y estos se posaron en la alta montaña del Kailash: un monte negro con forma de cuña de seis mil metros de altura, erosionado por la corruptiva atmosfera volcánica y con otras montañas del Himalaya atropelladas y aplastadas contra él.

Record of Ragnarok: Blood of ValhallaWhere stories live. Discover now