Poder

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El día que Alysanne le dió un golpe en su ego fué un desastre, el enojo lo invadió por completo. Deseaba que fuera su mujer sobre todas las cosas, ya la consideraba su mujer hasta que ella misma le dijo lo contrario. 

Alysanne le enseñó a perder ese día.

Y aún así, quería estar con ella.

Deseaba con desesperación volver a sus brazos, como ella quisiera que fuera.

Alysanne era una Princesa, tenía sangre real en las venas, su título se lo otorgó el mismo Poniente, montaba un dragón que antes era de un rey y era hija del Principe Canalla. No debió rebajarla a una simple zorra.

Tenía mucha razón, ella era un dragón que tenía que ser tratado con respeto, tenía que ganarla.

El ir a Rocadragón fué un formalismo, dar a conocer sus intenciones, poner el tema sobre la mesa.

¿Qué más daba que Daemon le dijera que no? Con convencer a Alysanne bastaría.

El Principe Canalla era la entrada en el castillo, el dragón vivía adentro, Alysanne era el verdadero reto.

¿Cómo iba a creer que la quería después de lo que le dijo?

Con Alysanne en el pensamiento entró a la Fortaleza Roja después de su paseo en Vaghar, había recorrido el camino de los Hijos del Alba esperando verla, claro que no lo logró.

En la habitación de Haelena se escuchaba solo su suave voz y el sonido de unos pasos, abrió la puerta sin anunciarse, la sirvienta volteo a verlo haciendo una reverencia.

-¿Cómo está? - dijo Aemond.

-La fiebre ya bajó, mi príncipe.

Aemond se acercó a la cama de Haelena, la cual estaba sentada concentrada en un tejido que realizaba, él principe tocó su mejilla confirmando que la fiebre había bajado considerablemente, Haelena no soportaba mucho el tacto, volteo a verlo.

-¿Te sientes mejor? - preguntó apartando la mano.

-Hay una bestia bajo el tablero. - le dijo ella, a Aemond le confundía cuando hablaba de ese modo.

-Ya no tienes fiebre al menos ...  ¿Mamá ha venido a verte? - ella negó. - Mmm está ocupada por el baile... Me gustaría que fueras tú, pero tienes que recuperarte. - le dijo Aemond.

-Las montañas vuelen en el cielo como hojas...  - dijo Haelena volviendo su atención a su tejido.

Aemond suspiró mirando a su hermana... De niños le hubiera gustado casarse con ella, la hubiera tratado mejor que Aegon... Haelena vivía ensimismada en su propio mundo, un ser frágil, hermoso y sin culpa a merced de la bestia que era su hermano borracho.

-Mira, te mostraré algo... - De su bolsillo sacó una cajita y la abrió mostrándole una joya- Lo mandé a hacer para Alysanne, ¿te agrada Alysanne? - Haelena volteo y asintió mirando el anillo con curiosidad - Es un zafiro con pequeños diamantes y conseguí un poco se acero Valyrio... ¿Crees que le guste? - Healena miró a su hermano, tomó su mano, la que sostenía el anillo, la acción sorprendió un poco a Aemond.

-Yo sentaré a tú hijo en el Trono de Hierro.

-¿Qué?... - Aemond la miraba confundido por sus palabras, por su profesia.

-Los dioses no pueden culpar al Canalla. - dijo, soltó la mano de Aemond y toció un poco, Aemond más extrañado que cuando llegó se levantó guardando el anillo.

-Que coma algo... - le dijo a la sirvienta - Y denle un té para su tos. - tocó la cabeza de su hermana y besó su frente saliendo de la habitación.

Helaena miró a su hermano irse, podía ver todo su futuro, sus labios temblaron antes de murmurar.

La Princesa del Pueblo | Aemond Targaryen | EN EDICIÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora