Rojo

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En las noches, de la tienda de la Reina provenían risas, suspiros o gemidos. Algunos lo veían mal ya que la Reina estaba casada, pero todos sabían que el Principe Aemond tenía una amante así que se les hacía justo que su Reina tomara un nuevo consorte, claro que preferirían la anulación del primer matrimonio.

No todos estaban convencidos sobre Daeron traicionando a los suyo, las Hormigas eran desconfiadas, ¿Cómo confiar en una serpiente?... Pero el Principe Daeron era un hombre agradable, tomó un turno entre las guardias para proteger al campamento, le ofreció a la Reina sus contactos en Antigua, ya que había maestres que creían en ella y en su causa.

Sus guardias eran en las tardes y en las noches solía escabuirse a la tienda de la Reina Alysanne, ella siempre supo que tenía cierto efecto en los hombres y justo eso había pasado con Daeron. Quizás porque eran de la misma edad, quizás porque él no había estado con muchas mujeres, o simplemente era maravillosa, sea cual fuera el motivo,  Daeron estaba a sus pies, al menos estaba segura de eso en el lecho.

A pesar de que había dicho que Aemond no era lo suficientemente importante para vengarse en ese momento y que tenía cosas más importantes que hacer, la realidad era que por esos años, en las noches, Alysanne solía llorar y deprimirse hasta quedarse dormida.

No lograba entender como había dado todo por Aemond y él estaba con otra, mientras ella estaba aquí, pariendo a su primogénito, criandolo, sufriendo por su casi muerte... Claro que le daba coraje y le dolía que el que creía era el amor de su vida no estuviera a su lado.

Quizás era lo mejor mantener a Aemond lejos, no quería que Lucien fuera como los demás, así que lo mejor era criarlo ella misma.

Un gemido brotó de su boca, su amante alzó su cadera y disfrutó de sus embestidas, Daeron dejaba besos sobre su espalda y las cicatrices de las suturas hechas por Aemond, al principio las embestidas fueron lentas, luego más rudas, Daeron fue entendiendo como darle placer a Alysanne... Le gustaba la delicadeza pero también la rudeza. Daeron disfrutaba de sus gemidos y cuando pedía más.

No pudo resistirse a Alysanne, aunque fuera más listo que Aegon o que Aemond ella era irresistible... Estar con Alysanne también podría simbolizar un mejor puesto, a su lado podría convencerla de dejar a su hermano y él ser el rey consorte, si no lo hacía quizás tener un puesto en su corte y consejo real... Aunque se podría quedarse como su amante y disfrutar de ella,

-Mmm está amaneciendo. - dijo Alysanne, Daeron salió de ella y acarició su cintura abrazándola, sin duda Alysanne prefería pasar las noches y madrugadas así. - Me tengo que levantar.

-¿Ahora?... - Daeron la abrazaba. - No dormiste nada. - No pudieron evitar sonreír.

-Estoy muy bien, no pasa nada. - Alysanne le dió un suave beso en los labios antes de levantarse. - Regresa a tú tienda y duerme un rato antes de tu guardia, no quiero un guardia dormido a plena luz del día. - Daeron miraba la marca en la espalda de Alysanne, las marcas de su sutura, tenía un cuerpo hermoso a pesar de las cicatrices. - Te estoy hablando. - dijo la reina volteando una vez que el vestido rojo estaba puesto.

-Y la escuché, majestad... Solo admiraba su belleza. - Alysanne sonrió y cerró los ojos.

-Vaya a dormir, principe Daeron. - tomó una cajita y un libro antes de salir de la tienda, luego salió Daeron para ir a su tienda.

Alysanne caminó a la tienda de su hijo, que estaba a pocos metros de la de ella, también solía dormía en ella, pero Lucien insistía en dormir solo.

-Buenos días, Broke.

-Buenos días, majestad.

-¿Está dormido?

La Princesa del Pueblo | Aemond Targaryen | EN EDICIÓN Where stories live. Discover now