Albur

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El cielo no tenía estrellas, como si estuviera completamente sola.

Porque lo estaba.

Los pies estaban mojados al igual que el borde de su vestido, había agua y sangre en el piso, la plateada dió pasos pequeños y cuidadosos.

A lo lejos, un canto en Alto Valyrio llamó su atención, el que se usaba para calmar a los dragones, era una voz tan melodiosa que parecía la de un ángel.

No pudo resistirla y la siguió caminando por los pasillos mojados de la Fortaleza Roja, hasta que por fin, la Princesa Rhaenyra entró al salón del Trono de Hierro.

Estaba completamente seco, el estandarte Targaryen a cada lado y unas antorchas encendidas que iluminaban la intensa oscuridad. La música sonaba pero no sabía de dónde provenía el melodioso canto.

-Te lo agradezco, Rhaenyra.

Una figura de pronto estaba sobre el Trono, Rhaenyra miró atentamente, era un hombre de ojos violetas, cabello de plata ligeramente ondulado, labios fijos y semblante imponente, su voz gruesa resonaba por el salón.

-Si no me hubiera roto en mil pedazos, jamás hubiera conocido el valor de la curación... - el hombre del Trono la miraba fijamente. - Yo voy a hacer lo que tú no hiciste... Y cuando termine... Quiero que recuerdes una cosa... Tú tormento me formó... A tí te debo mi victoria.

La sonrisa ladeada y una sonata intensa la hizo despertar, estaba sobre su cama con ligeras capas de sudor, que pesadilla...

Escuchó los rugidos de dragones, se levantó y miró a la ventana, los dragones por fin habían despertado.

Daemon decía que no debían enfocarse en los sueños ... Pero no pudo evitar sentir miedo de aquella extraña pesadilla, jamás olvidaría los ojos violetas y la sonrisa macabra.













































El último huevo eclosionó dos lunas después del hechizo del principe Rojo, el cual en las noches abrazaba aquel huevo poniendo su manita sobre él.

Salió un dragón de tonos negros que se acurrucaba con el bebé en la cuna.

Alysanne estaba más feliz y tranquila, su hijo estaba sano, respiraba normal, comía y siempre quería estar afuera de su tienda.

Ya era algo común ver a la Reina pasear con el principe en los brazos y el dragón bebé en los hombros de Alysanne, siempre cerca del sonriente bebé.

El Maestre Myle examinaba su pecho, las escamas rojas aún estaban ahí, les preocupaba que pudiera crecer y expandirse por el cuerpo, pero en ese tiempo no había ocurrido, las escamas seguían en su lugar y no parecían molestar al infante.

Ahora con su hijo sano se dió cuenta de una cosa... Nunca estarían a salvó si no ganaba el juego.

Si con trabajo los reyes están seguros, menos lo estaría siendo una rebelde con causa. En algún momento Otto y Alicent buscarían su cabeza.

Con Rhaenyra la enemistad y la guerra estaban declaradas.

-No quiero que dejen un instante solo a Lucien. - la Reina sentenció mirando a Ser Theo y a Jocey. - Lo cuidarán con su vida.

-Sabe que moriré y mataré por el principe. - dijo Ser Theo. - Pero insisto que no debería ir sola..

-Ya lo he decidido. - Alysanne cargó a su hijo, la cual la miraba con atención, besó sus mejillas regordetas haciendo que el niño sonriera. - Mami volverá pronto, amor mío. - el bebé balbuceo.

La Princesa del Pueblo | Aemond Targaryen | EN EDICIÓN Where stories live. Discover now