Capítulo 31: Confía en mí

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Al volver a su casa, la madre de Jai me había dejado preparado un colchón en el suelo, con sábanas y una almohada que, a simple vista, lucia demasiado cómoda. Todo aquello para que no tuviera que dormir apretado en la cama de su hijo menor, la cuestión era que... Moría por dormir nuevamente con él, sentir su risa en su pecho, y como el mismo se elevaba cuando respira.

Jai me dejó su cama y él se dispuso a dormir en el cochón del suelo, dándole paso al silencio de reinar en la habitación.

No era un silencio incómodo, era uno reconfortante, uno con nada más que calidad en este.

Me asomé mínimamente por el borde de la cama perteneciente a Jai, y lo observé. Sus brazos estaban entrelazados detrás de su cabeza, generando que sus bíceps se marquen con notoriedad, mientras que sus ojos estaban cerrados, demostrando cuán largas podían ser sus pestañas cuando descansaban sobre su piel bañada en diminutas pecas.

—¿Crees que nuestros padres acepten lo que tenemos? —pregunté, interrumpiendo su relajación.

Su mirada se centró en mí, curiosa por mi pregunta, y luego me dedicó una sonrisa tranquilizadora.

—No lo sé, Nani, y tampoco me interesa lo que piensen. Deberías dejar de preocuparte por el pensamiento del resto en algo que no les incumbe.

Suspiré, despeinando mi cabello.

—¿Qué pasa? —preguntó curioso, quitando uno de sus brazos de detrás de su cabeza, para acariciar con su mano mi mejilla.

Quisiera ser como él, solo a veces..., quisiera que mis sentimientos sean más importantes que las quejas que puedo llegar a recibir de terceros. Es un miedo que tuve desde niño, y al pasar los años, el mismo sentimiento no solo no se fue, sino que incrementó.

—A mí si me importa lo que digan.

Él rio, negando. Sin quitar su mano de mi mejilla.

—Eso... —Quiso decir algo, pero se detuvo, arrepentido.

Últimamente trataba de buscar las palabras correctas para decirme, como si tuviera miedo de decir algo que pensaba hace demasiado. Y aunque me gustaba que se preocupase por mis pensamientos, en este momento, necesitaba de su honestidad.

—Sé honesto.

Él movió la yema de su dedo pulgar por mi mejilla. Inspirando en mí tranquilidad.

—Es solo que... Tu padre siempre te ha dicho lo que tienes que hacer o no, como tienes que lucir o no. Tu padre siempre, de una manera indirecta, te ha hecho dependiente de la opinión de otros. 

Hundí mi entrecejo.

—Mi padre no tiene la culpa de todas mis inseguridades, Jai.

Despegó su espalda desnuda del colchón, sentándose en el mismo, para luego tomar mi rostro con ambas manos.

Su rostro a centímetros del mío, solo iluminado por la tenue luminosidad de la luna, me observó y analizó con cuidado.

—No, pero de cierta manera lo que nos enseñan desde niños interfiere en como vemos las cosas después —planteó y yo solo lo observé más confundido—. Lo que quiero decir es que tu padre te ha enseñado a ver al mundo de una manera en la cual dependes de la opinión de otros y quiero que de ahora en más aprendas que hay otras maneras de ver la vida y de vivirla, ¿si? 

—¿Cómo se supone que lo haré? Mi mente en lo único que piensa es en cómo va a reaccionar el resto si sabe de mi sexualidad o de que estoy en algo con el hijo de la mejor amiga de mi madre, que para colmo, mi madre lo ve como un hijo más.

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