35. Vida perfecta

196 22 5
                                    

Sirius Black no estaba en lo absoluto seguro de lo que estaba haciendo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Sirius Black no estaba en lo absoluto seguro de lo que estaba haciendo. Tampoco sabía cómo ni con qué idea loca había acabado allí, pero la cuestión es que estaba. Ahí. Parado. Con su amigo Remus y su amigo Peter. Frente a la joyería más famosa de Londres. Buscando un anillo de compromiso.

—Esto no ha sido una buena idea.

—¡Claro que sí! —exclamó Remus—. Vamos, Sirius. ¿De verdad vas a pensártelo?

—¡Acaba de cumplir diecinueve años, Remus! No quiero obligarla a...

—¡No la estás obligando! Vas a buscar un anillo de pedida, no de obligación —convino Peter—. El matrimonio es eso: una propuesta. O la tomas o la dejas. Es así de fácil.

Realmente, era culpa de Aurora el hecho de que Sirius estuviera allí. Desde que veía esos realities sobre vestidos de novia, no había podido parar de pensar en eso.

—Ya no hay vuelta atrás —Peter empujó a su amigo para entrar en la joyería. Él se quedó completamente paralizado hasta que Remus tiró de él hacia el mostrador.

—Buenos días, señorita —saludó Remus a la chica del muestrario, que no debía tener más de treinta años—. Buscamos anillos de pedida.

—¡Claro! Iré a buscar las muestras más famosas de nuestra joyería al almacén de atrás. Discúlpenme.

La muchacha se dirigió sonriente al almacén y Sirius se quedó nerviosos, repiqueteando los dedos sobre el mostrador. Contó cada diamante del muestrario hasta que la chica apareció con una caja llena de anillos perfectamente ordenados.

Pasaron largos veinte minutos eligiendo anillo hasta encontrar el adecuado. Era sutil y elegante al mismo tiempo. El diamante estaba protegido por lo que simulaba unas enredaderas. Alrededor tenía algunos diamantes diminutos. Era perfecto para Aurora.

•••

Una mariposa azul se posó en el móvil que colgaba de la cuna de Harry James Potter. Miró al bebé, que acabó por reconocerla y estiró sus pequeñas manitas hacia ella, sonriendo.

—¡Aurora! —exclamó la voz de James por el pasillo, llegando al cuarto de sus hijos.

—James —saludó ella, transformándose en humana de nuevo—. ¿Pasa algo?

—Sí, que debes relajarte.

Aurora resopló.

—No resoples así, jovencita. Vamos, Hillary está bien. Mírala tú misma.

Era cierto. Una bebé de ocho meses descansaba estirada en su cuna, adormilada. Tenía una pelusilla de cabello rojizo y los ojos verdes cerrados.

Todos decían que los mellizos tenían los ojos de su madre, pero los más cercanos sabían que eso sólo se aplicaba a Harry. Hillary tenía un toque especial, un verde esmeralda que se camuflada con leves toques de azul y chispitas doradas.

Aurora Potter: la última Merodeadora (reescrito)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora