37. Cazadores de Mortífagos

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—¿Dónde la encontrasteis? —preguntó Narcissa entre lágrimas de angustia

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—¿Dónde la encontrasteis? —preguntó Narcissa entre lágrimas de angustia.

—Ya te lo dije, Severus y yo llevamos a Draco a dar un paseo por los alrededores y empezamos a oler el humo —le contestó Lucius a su esposa—. Seguimos el humo hasta llegar al árbol incendiado y encontramos a Aurora ensangrentada y casi cubierta completa del fuego.

—No lo olvides —dijo Severus—. El médico ha dicho que ha sido torturada y agredida.

—No sé cómo alguien tendría corazón para hacerle eso a una persona tan maravillosa como Aurora —musitó Narcissa—. Una chica embarazada... Oh, Merlín...

—De hecho, Cissy... —dijo Severus con voz triste—. El chequeo médico ha revelado que ha perdido al bebé.

De una forma u otra, el corazón de Narcissa se heló. El alma se le cayó en los pies cuando Snape dijo aquello. ¿Qué clase de monstruo podría llegar a hacer eso? Aurora era el prototipo de madre perfecta. Divertida, amable y cariñosa. Sin saberlo, su vida era ahora una pesadilla.

Los había perdido. A todos. A su familia. Su hermano y su cuñada estaban muertos. Harry, para sorpresa de todos, había sobrevivido. A Sirius lo habían inculpado de asesinato. Y Hillary, la niña de la Profecía, había desaparecido.

Pandora, Marlene, Edward y Andrómeda estaban ahí, en la puerta. Narcissa los había hecho llamar. Marlene parecía haber llorado, parecía destrozada. Narcissa bajó a recibirlas. Su hermana la recibió con los brazos abiertos.

—Bella fue encerrada en Azkaban —le dijo, con cierto tono de alivio.

—¿Dónde está Aurora, Narcissa?

Incluso la voz de Edward Delacourt había cambiado. El muchacho de veintiún años se veía mucho más fuerte. Sus ojos castaños relucían con furia, como si se culpara a sí mismo de lo que había sufrido Aurora.

—Seguidme.

Llegaron y abrió la puerta. Observaron a la chica arañada y quemada. Sus quemaduras no parecían tan graves tras las muchas lociones que el médico le había puesto. Respiraba tranquila entreabriendo la boca, con labios partidos y ensangrentados.

Los ojos de Edward se posaron en su cicatriz. Era realmente terrible. El médico había dicho que, aunque la cosiera, la cicatriz se había trazado con una daga con una hoja de bronce celestial; mágico. Esa cicatriz era inmortal y ahora era parte de ella.

Edward se arrodilló junto a ella. La miró con los ojos cristalizados y cogió su mano, la derecha.

—Quiero ver el cadáver —dijo Edward con voz furiosa—. ¡Quiero muerto al que haya hecho esto a mi amiga! ¡MUERTO!

—Edward...

La voz de Aurora sonando débil en la habitación. Todos la miraron. Edward la abrazó fuertemente.

Aurora Potter: la última Merodeadora (reescrito)Where stories live. Discover now